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Aestas alturas huelga aludir a la antigua trayectoria de Putin como dirigente del KGB soviético. Al frente de su apestosa maquinaria represiva seguro que tiene un abultado palmarés de crímenes esta bestia de las estepas. Pero no creo que haya sobrevivido nadie para contar las hazañas putinescas de esa etapa. Entre los embustes más recientas del taimado dirigente comunista, ahora devenido en tardoimperialista de todas las grandes Rusias y naciones colindantes –que ya se pueden ir preparando—, recordemos que meses antes de invadir Ucrania ratificaba ante todo líder europeo que le quisiera escuchar su firme propósito de no traspasar las fronteras. A principios de diciembre pasado, en el transcurso de su charla con Biden y cuando éste le amenazó con posibles represalias económicas, de nuevo afirmó Putin sus deseos de paz y buena llevanza (siempre y cuando Ucrania se doblegara a las pretensiones territoriales del tirano). Cabe la posibilidad de que el presidente norteamericano le hubiera advertido sobre lo difícil que es someter a un país entero, dado el incuestionable fracaso de Estados Unidos en Irak o la vergonzosa huida de Afganistán.

Las conversaciones con Macron en esa mesa kilométrica sirvieron para tranquilizar al mundo durante unas pocas horas. Otro nuevo embuste. Parecía razonable pensar que Ucrania daba por perdido el Donbas, aunque no lo dijera en voz alta. Lo que resulta evidente es que mientras Putin esté encastillado en el poder ningún país fronterizo puede sentirse a salvo. Ahora las imágenes de destrucción martillean la sensibilidad occidental y, en caso de que las puedan ver, enorgullecen a los patriotas rusos. Pero lo que ellos no verán son las hileras de cadáveres dejados como rastro sangriento. Esas muertes ya no tienen remedio. Las ciudades arrasadas, en cambio, las tendremos que reconstruir entre todos, de modo que Europa ya puede ir aprovisionando fondos durante varios años para, una vez más, edificar sobre cimientos. Es lo de siempre: unos destruyen y otros pagamos la ronda. Despidámonos, pues, de toda idea de recuperación económica durante un largo periodo de tiempo.

La pretendida desnazificación ordenada desde Moscú refleja en realidad una metódica estalinización de Rusia. La duda sigue estando en China, que no termina de deshojar la margarita. Lo que queda claro es el valor de los ucranianos, que defienden su tierra con un ardor que Putin no esperaba. Y de paso han conseguido enviar a algún gulag siberiano al desaparecido ministro ruso de Defensa, a criar malvas a varios generales y al fondo del mar el buque insignia de la flota rusa. Pero no olvidemos, como dice un amigo mío, que en la guerra el malo es bueno y el más malo es el mejor. Por eso está al mando del ejército invasor el carnicero de Alepo.

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