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Todos en casa. Toca apretar los dientes y resistir hasta que pase la tormenta. El Gobierno ha declarado el estado de alarma y los españoles debemos obedecer las órdenes, que por fin se aproximan a lo que necesita el país para enfrentarse al fenomenal reto del coronavirus.
Toca quedarse en casa, como reza el lema que encabeza hoy las páginas de LA GACETA dedicadas a la pandemia. Se acabaron las tonterías, los alardes de ‘valentía’ y el pasotismo frente a la enfermedad. Solo están permitidos los desplazamientos y los contactos mínimos para trabajar, comprar, sacar dinero del cajero, resolver alguna urgencia y atender a los ancianos, dependientes y afectados y toca acatar las órdenes.
Creo sinceramente que todos debemos estar ahora apoyando las medidas adoptadas por el Ejecutivo de Pedro Sánchez. En este periódico defenderemos la aplicación del estado de alarma y seguiremos aportando a los salmantinos información veraz y contrastada sobre la enfermedad. Pero lo haremos sin dejar de criticar todo aquello que se ha hecho y se pueda hacer mal por parte de las autoridades encargadas de liderar el combate contra el virus.
Si hemos de aplaudir las decisiones adoptadas por Sánchez desde el momento en que ha puesto al Gobierno de la nación al frente de todos los recursos humanos y materiales para frenar la pandemia, ello no es obstáculo para recordar que los gravísimos errores del Ejecutivo socialcomunista en el último mes nos han colocado en una situación muy difícil a la hora de combatir con éxito al virus. La responsabilidad y la lealtad a la hora de pedir a los ciudadanos que apoyen y obedezcan las instrucciones de las autoridades son compatibles con la censura de los fallos que hasta el momento han jalonado la gestión gubernamental frente a la propagación de la enfermedad. De hecho, si no hubiera sido por la presión de los partidos de la oposición y la crítica de medios libres como LA GACETA, donde venimos reclamando una actuación firme contra el coronavirus que ha brillado por su ausencia, probablemente el presidente del Gobierno seguiría enrocado en su pasividad y complacencia.
No podemos olvidar, por tanto, por qué hemos llegado hasta aquí. No podemos dejar de señalar cómo el Ejecutivo de la nación no tomó medida alguna para controlar la llegada de personas desde el norte de Italia cuando todos los primeros contagios estaban relacionados con esos viajeros. Tenemos que recordar la inmensa insensatez que supuso mantener y alentar la convocatoria del 8-M que disparó los casos en Madrid, cuando la Unión Europea llevaba una semana recomendando suspender las manifestaciones masivas. Tenemos que denunciar ese famoso ‘Plan de Choque’ que Sánchez anunció hace unos días como panacea en la lucha contra el coronavirus y que solo sirvió para hundir la Bolsa. Hay que señalar como otra equivocación garrafal el haber consentido el ‘sálvese quien pueda’ de las autonomías, cuyos dirigentes han adoptado iniciativas sin la necesaria coordinación, lo que ha llevado al espectáculo de la invasión de madrileños ‘de vacaciones’ a las zonas de costa o la negativa de otras a adoptar las más elementales medidas de prudencia al mantener actos con asistencia masiva.
El estado de alarma puede resultar una herramienta formidable para doblegar la curva de crecimiento de los contagios, siempre que el Ejecutivo sea capaz de utilizarla con determinación y sensatez. Los antecedentes no animan a confiar en este Gobierno, rehén de los comunistas de Podemos y postrado ante los separatistas catalanes y vascos, pero no queda otro remedio que mantener la esperanza en una repentina conversión de Sánchez a la altura de las circunstancias críticas por las que atravesamos.
Se trata casi de un milagro. Ayer mismo el Gobierno volvió a las andadas. Primero, al retrasar veinticuatro horas la urgente y vital declaración del estado de alarma, en una jornada donde los afectados por el coronavirus se dispararon un 35%. Y después alargando la reunión del Consejo de Ministros, donde nunca debió admitir la presencia del ‘sospechoso’ Pablo Iglesias, por la persistencia de las tensiones entre los dos partidos coaligados, tensiones debidas a la lucha por el poder y el control del estado de alarma, y también por la resistencia de sus socios golpistas y separatistas a aceptar la autoridad del Gobierno central durante los quince días de excepción. Ya veremos si Sánchez es capaz de mantener su autoridad frente a Iglesias, Torra y Urkullu, o acaba cediendo, como ha hecho siempre desde que llegó a la Moncloa.
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