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Deno ser por el barrio de Buenos Aires, Tejares estaría al final del pasillo, donde el Tormes hace su comba de despedida de la ciudad entre las pilas del desaparecido Puente de La Salud a modo de arco. Por ahí estaban la fuente ferruginosa de La Salud o los baños romanos de Salux, que suponía el cura arqueólogo César Morán. Puede que el hierro de esas aguas tuviese que ver con la Peña del Hierro, junto a la Facultad de Medicina, domicilio de la “Múcheres”, cuya base rasca el Tormes. Las crónicas están salpicadas de suicidas que se arrojaban desde el puente de La Salud como medio seguro de cumplir su empeño: la altura y el agua eran una combinación tan letal como el propio paso del tren. Tejares, que fue pueblo antes que barrio, conserva como una reliquia su vieja casa consistorial con su reloj parado, como una metáfora. Era ya, entonces, 1963, universalmente famosa por haber alumbrado a Lázaro de Tormes en su pesquera. Sus padres literarios están en el callejero del barrio, como lo está Sebastiana, “La Chana”, también ilustre vecina, cantada por Nino Sánchez o Gabriel Calvo. La canción me viene a la memoria cada vez que recalo en Tejares, casi siempre a comer picadillo y chanfaina, visitar su pesquera con el molino y fábrica de luz, y atisbar el edificio y jardín de la residencia de verano de los marqueses de Castellanos. Anoten sus vecinos que su barrio figura en la primera guía gastronómica española, escrita por Dionisio Pérez, recién nacido el siglo pasado, y no por las avellanas, sino por su famoso picadillo, hoy raro, y la chanfaina, algo más común, aunque lo que ha desaparecido -y ya doy por perdida- es la feria de botijos que reunía la romería de La Salud, a la que acudían salmantinos andando, en coche e incluso en tren. Aquellos trenes especiales para ir a rezar a la imagen de La Salud o ver toros en su afamada plaza, tenían las hechuras de tranvías, y aún hoy algunos sueñan con una línea que una las estaciones de Salamanca y Tejares a modo de tranvía. La plaza de toros de Tejares era vecina de la de Chamberí, de la que tomó su apodo taurino y universal Pedro Gutiérrez Moya. Y pegada a ambas plazas discurrían las vías del tren a Portugal que antes atravesó Salamanca dejando su cicatriz en forma de avenida. La Avenida de Portugal.

Tejares anda estos días metida en la novena de su patrona condicionada por la dichosa pandemia, que también ha vuelto a dejar sin festejo a María Auxiliadora el pasado lunes. El año que viene será otra cosa, espero, como también que los que vengan en julio a Salamanca a hablar de la picaresca en el Festival Internacional de Literatura -entre ellos el salmantino Carlos Boyero y la periodista Montserrat Domínguez-, se acerquen a la pesquera de Tejares a rendirle honores a Lázaro, como hicieron los poetas en julio de 1953 con Fray Luis de León en La Flecha. Por cierto, en algún lugar leí que aún esperan en Tejares una escultura de Lázaro prometida hace tiempo para su pesquera, como la que hay junto al Puente Romano hecha por Agustín Casillas, pero sin ciego, que allí no pinta nada. Qué pena que Cristóbal Halffter se haya ido sin hacerle a Lázaro una ópera como a Don Quijote, que tuvo patrocinio salmantino gracias al muy melómano Sebastián Battaner.

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