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Andan los del Gobierno “triquiñueleando”, tan felices, por una finca de Toledo. Con ellos se extinguió la España católica, apostólica y romana del tío Gorio; la del zote Azarías que corría tras la ¡milana bonita! Se acabó eso de echar oración a San Antonio para que busque la ovejita descarriada, el sacar en letanía al santo Isidro, para suplicarle que vuelva la lluvia. Así ha escrito siempre la extrema izquierda sus tópicos; siempre los del campo como baluarte de sus bravatas sociales; el campo arrodillado repitiéndose en sus soflamas llenas de mentira. Aunque hoy su discurso sea otro. Y ya no digan que somos ignorantes, sino despoblados y tóxicos, altamente contaminantes, dicen. ¡Venga ya!

Señoras y señores del Gobierno, acaso ¿ustedes no saben que quien habla continuamente de muerte se acaba muriendo? Dejen de una puñetera vez de vocear la despoblación y las cacas de las vacas. Los del campo nos merecemos mejores pregoneros. Hasta Antón, aquel bobo “acemilón” de la literatura del siglo XVI, fue capaz de vender las morcillas de Calvarrasa, aun cuando estas tenían en el cuajar de las tripas más palos de magarza que sangre de vaca. Ya ven, y sin pedir por su pregón más pago que un rescaño para morder. Casi igual que ustedes. Casi igual que Greta. Menudas “convidás” se están pegando a cuenta de nosotros, los bobos. La semana pasada se publicaba en este diario un magnífico artículo de Agustín García, presidente de la Asociación de Raza Morucha, para desmontar tanta falsedad. Días antes el campo de Salamanca había colapsado la ciudad con hombres, mujeres, tractores y niños, para manifestarles que son ustedes unos impresentables de postín. Porque el campo lo que necesita es que lo aplaudan, lo proclamen y lo amorezcan, y no que lo señalen como un proscrito. Pero andan ustedes en idilios más deshonestos. Sus concubinatos políticos nos van a dejar a todos “lamíos”, en un triste pellejo. Aun así, seguiremos defendiéndonos. A ver si se enteran. Somos del campo, pero no bobos.

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