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Hace ya tiempo que circulaba por ahí la especie de que personalidades del mundo de la literatura como Cervantes, Calderón o Santa Teresa eran de origen catalán. A estos nombres se unirían los de Hernán Cortés, Pizarro, Maquiavelo, Marco Polo o incluso Leonardo da Vinci. Todos ellos habrían sido arteramente privados del honor de la catalanidad por parte de los pérfidos españoles. Y para demostrarlo, nos recuerda la prensa –también la prensa británica--, los fondos de reptiles de algún organismo libraron la nada desdeñable cantidad de tres millones de euros. A chufla tomamos la noticia en un principio. Pero ahora resulta que en el Parlamento catalán ha habido preguntas y respuestas al respecto, de las que han salido a la luz nombres de los presuntos beneficiados. Hasta el tuercebotas de Rufián salió al paso de esos desvaríos y censuró que con fondos públicos se defendieran semejantes payasadas que no hacen sino poner en ridículo –más si cabe— a Cataluña.

Ahora resulta que para los “historiadores” del Institut Nova Història también Shakespeare fue catalán. Y aquí ya se desmantelan los palos del sombrajo de miles de sesudos investigadores que han dedicado sus vidas a desentrañar los misterios de la biografía y la obra del bardo de Stratford. Es verdad que en la existencia de Shakespeare hay un cinco por ciento de hechos probados y el resto es terreno abonado para conjeturas. Por dudar, se ha dudado hasta de la autoría de su obra, pero nadie había puesto en tela de juicio sus orígenes ingleses desde que un anticuario descubrió en 1747 el testamento perdido, en el que le dejaba a su esposa “la segunda mejor cama” en herencia. ¿Y por qué no la primera? ¿Acaso puede considerarse este acto de cicatería como rasgo típicamente catalán?

Cuando una fundación como el Institut Nova Història, supuestamente cultural, se embarca en tales disparates, incluyendo el desatino de que la bandera de Estados Unidos está inspirada en la senyera, algo alarmante se ha apoderado de las seseras de sus ideólogos. No me extrañaría que estos atrabiliarios “investigadores”, con tal de que el nombre de Cataluña suene por el mundo, sean capaces de atribuirse la paternidad del coronavirus, ese bonito regalo con el que los chinos han obsequiado al resto de la humanidad.

Pues bien, por la mitad de las subvenciones asignadas a ese instituto dedicado al revisionismo histórico, yo me comprometo a demostrar no solo que Shakespeare era lígrimo catalán y tenía por nombre auténtico el de Guillem Xacaspau. Demostraría incluso que el lugar de nacimiento fue Sant Just Desvern y que tuvo por compañero de pupitre a Miquel Servent, falsamente castellanizado como Miguel de Cervantes. Ya digo, se lo dejo baratito. Todo sea por ampliar los horizontes de la cultura. Y los de mi bolsillo.

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