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Pronto el “Clínico” no será nada. Ni escombros. Sobre su solar se alzará un edificio de consultas y los profesionales sanitarios se presentarán diciendo yo trabajé en el “Clínico” o yo no, antes de discutir si debería haberse derribado o haberlo dejado en paz. Una discusión que sólo nos lleva a la melancolía. Y poco a poco iremos desapareciendo los que fuimos “clientes” de sus servicios: es una cuestión demográfica, igual que hoy apenas vamos quedando gente que nació en casa con la ayuda de una matrona. Uno de los profesionales cuyo prestigio fue creciendo entre las infinitas paredes del “Clínico” es Jesús San Miguel a quien este año le caen los setenta (nació el 2 de mayo de 1953) y ya andan los viejo amigos de Salamanca, Madrid, Pamplona o medio mundo felicitándole. Esta semana ha habido varios desplazamientos con ese motivo. Podemos presumir de ser referencia de la Hematología desde los tiempos de Antonio López Borrasca a los de hoy de Mariví Mateos, pasando por los de Consuelo del Cañizo o Jesús San Miguel. Y porque podemos presumir, presumamos. Las primeras celebraciones coincidieron con la moción de censura, que me ha dejado la duda de si el pueblo de Tamames se habrá beneficiado del trajín de su topónimo hecho apellido y tantas veces repetido estos días, sin que la sangre llegase al río. El nombre del pueblo es posible que tenga origen mozárabe y de algún vecino de la zona, y a partir de aquí Tamames era Historia por una batalla, citada incluso por Galdós, el popular cocido antaño famoso, y un clásico del ciclismo salmantino, Agustín Tamames. Hay más Tamames que el errático Ramón. Ramón Tamames. Citó el buen señor a Isabel la Católica como ejemplo de mujer española –siendo como fue un mal bicho, ahí está su biografía—y se olvidó de Santa Teresa de Jesús, que esta semana ha sido sacada en procesión cultural y hasta ha estrenado vítor en la puerta de la capilla de la Universidad de Salamanca al lado del de su amigo San Juan de la Cruz. Escuché al rector, Ricardo Rivero, decir que ha sido la mujer más importante de la Historia de España, y a mi presidenta del Centro de Estudios Salmantinos (¡viva la presidenta!), María Jesús Mancho, llamarla revolucionaria en el espacio de las Letras, pero podría habérselo aplicado a su “protofeminismo”, al que también aludió la profesora Esther Borrego, directora del Congreso Internacional sobre la santa de Alba, minutos después de que el duque de Alba me justificara la importancia de la Santa en su familia recordando que Santa Teresa murió en los brazos de la duquesa de Alba. Espero que las actas del Congreso se publiquen, que ha habido gente muy seria, incluidos algunos de nuestros poetas de referencia, que cité esta semana coincidiendo con el Día de la Poesía. Esa cita fue el viernes, día en el que nos visitó Ray Loriga con su parche en el ojo, sus preocupaciones por llegar a final de mes, su literatura canalla, su pasado con Cristina Rosenvinge y aquella polémica por la película “Teresa, el cuerpo de Cristo”, que la Iglesia tachó de improcedente porque dejaba entrever una relación carnal entre la Santa, encarnada por Paz Vega, y Cristo. Loriga presentó su nueva novela, “Cualquier verano es el final”, que tengo pendiente. Irá después de la de Luis García Jambrina, que ha dejado a su personaje de Rojas hecho investigador para adentrarse en otros mundos literarios.

Mañana es el Día del Teatro –que levante la mano el que no haya hecho “teatro” en algún momento de su vida; bájenla por políticos, por favor—y hoy tenemos a la ministra de Defensa, Margarita Robles, con su pasado judicial y un presente lleno de “Leopards”, participando en la presentación del candidato socialista José Luis Mateos, cerrando así una semana coronada (enhorabuena, Rosalía, por tu boda) por una peineta, que no es la de Mañueco. Esta viene en el fallo de una sentencia, como la que dio lugar a la Semana Santa, que pregona el alcalde, Carlos García Carbayo, el mismo día que hablo de Gastronomía y Letras en el Colegio de Médicos. Así son las tardes salmantinas.

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