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Segundo año triunfal

Miércoles, 2 de octubre 2019, 05:00

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Cantado estaba que el 1 de octubre no pasaría desapercibido, hubo ruido, aunque no tanto como unos pocos (en prisión) y otros muchos (en no prisión) hubieran deseado oír y no oyeron, es decir, el de las bombas. Los planes se torcieron y no pudo ser. Otro año será, porque motivos no faltan, ni voluntad, ni entusiasmo, tampoco aliento ni colaboración para que todo esto no pare, desde el Gobierno central y otros no centrales, decididos por causas coincidentes en convertir las diecisiete Españas en ninguna. Lo de triunfal, entiéndanlo como el éxito (logrado hasta ahora) del avance imparable hacia el destino irrenunciable de alcanzar la independencia, o sea, de “recuperar” algo que nunca han tenido y de ser algo que nunca han sido, que a este paso, antes o después, acabarán consiguiendo.

La verdad es que ha comenzado octubre sin sorpresas, más o menos como se esperaba, aunque no al gusto de todos, evidentemente, algo que en política es mucho pedir, tanto como imposible. Pero hemos sobrevivido al ‘Día-D’ y aquí seguimos, con un mes por delante a la espera de acontecimientos que irán llegando atropelladamente (ya anuncian huelga general, cortes de carreteras, marchas sobre Barcelona... en torno a la fecha de la esperada sentencia) porque viendo lo que hay puede que no haya ni dé tiempo para tanto.

Mucho viene dando de sí la fallida intención que los CDR —dicen que del ala más radical de los radicales, que son todos— tenían de conmemorar el segundo aniversario del referéndum independentista del 1-0, origen de todo este proceso posterior de galopante descomposición que tuvo su momento álgido el 27-0 con la Declaración Unilateral de Independencia, con freno y marcha atrás, pero que dio pie a todo lo que vino después: la aplicación del 155, la destitución de Puigdemont y de todo el Govern, que Rajoy asumiera las funciones de presidente de la Generalitat y convocara elecciones al Parlament para el 21 de diciembre, poco antes de que la Fiscalía General del Estado se querellara contra Puigdemont y sus consellers por la declaración unilateral de independencia, también contra la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y contra los miembros de la mesa por haber admitido a trámite la moción que la declaraba. Dos días después huían Puigdemont y cuatro consellers, dejando tirados al resto, que el 2 de noviembre ingresaban en prisión por decisión de la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela. Desde entonces, y como consecuencia de esto, una serie de avatares (juicio incluido) ha venido produciéndose hasta ahora, tantos y tan seguidos, que intentar detallarlos aquí daría para escribir un libro, tarea imposible por falta de tiempo y de espacio. Al tiempo que llegaban iban generando efectos colaterales que han llenado los vacíos entre avatares, dando también fluidez y evitando impases en la marcha emprendida hacia la causa, camino que entre todos, sin excepción de siglas políticas, con sus intervenciones, marrullerias y desaciertos, le han venido allanando al independentismo.

A Quim Torra, que presuntamente estaba al tanto de los planes de los CDR detenidos por la Guardia Civil y encarcelados en Soto del Real, el PP le ha exigido por ello explicaciones y Ciudadanos le acusa de ser “la gasolina” de estas gentes que —para TV3— con el pretendido asalto con explosivos al Parlament sólo querían “llamar la atención”, a la vez que ERC da por hecho el “carácter democrático, pacífico, político, transversal y cívico” de estos comités y la legitimidad de sus acciones, viendo en estas detenciones que echaron a perder la celebración del segundo año triunfal del 1-0 un intento de “criminalizar al independentismo”. La violencia —dicen— no va con ellos. Pues todo esto empapa el ambiente, lo emponzoña, lo crispa y revitaliza, insistir es darle cuerda a esta ruidosa maquinaria puesta en marcha para que siga adelante. Y sigue adelante, la están dejando avanzar a su aire, con sus rachas atemporaladas que con frecuencia desatan, y los veremos celebrar el tercer año triunfal, el cuarto..., más los que vayan cayendo hasta que perdamos la cuenta. Y, si no, al tiempo.

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