Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Tenemos por delante cuatro largos años de Pedro Sánchez. Así lo han querido una mayoría minoritaria de los españoles. Minoritaria pero suficiente como darle al presidente en funciones todas las posibilidades para gobernar España a su antojo hasta 2023. Tras comprobar de lo que ha sido capaz el líder del PSOE durante los últimos diez meses, esta legislatura se nos va a hacer larga, muy larga.

Nos espera un Sánchez desatado, libre de pies y manos para aprobar sus presupuestos apoyándose en cualquiera de las fórmulas a su alcance, bien aplicando la geometría variable negociando cada proyecto con unos o con otros, bien mediante pactos estables con lo peorcito de cada casa: los neocomunistas bolivarianos de Unidas Podemos, los separatistas camuflados y expertos en chantaje al Estado del PNV o los golpistas descarados de ERC y JperCat. La alianza con Albert Rivera, única fórmula que podría introducir algo de cordura en el futuro Gobierno, parece de momento tan difícil como poner de acuerdo a Javier Tebas con Luis Rubiales.

Así que nos esperan cuatro años de populismo de pandereta a cuenta del erario público. Eso supone que de inmediato Sánchez atracará los bolsillos de los españoles con una subida generalizada de impuestos (5.600 millones más de puya fiscal prevista para 2020) y que volveremos a la senda del déficit galopante y la deuda desatada que ensayó con gran éxito su maestro José Luis Rodríguez Zapatero. Volverán las oscuras golondrinas del aumento del empleo, la subvención y el gasto públicos a colgar sus nidos del balcón de los presupuestos del Estado, y nos asomaremos otra vez al abismo de la intervención antes de acabe el mandato.

Habrá chorros de dinero para financiar el ecologismo de cartel y esa política social mal entendida, que en manos del líder socialista consiste en comprar con subvenciones a los colectivos de izquierdas y en fomentar el ocio dando salarios públicos por no trabajar. Y si por desgracia acepta el ofrecimiento de meter en el Gobierno a Pablo Iglesias y su guardia de corps, entonces ya tendremos completa la fiesta del derroche sin límites.

Con Sánchez tendremos de nuevo baile agarrado con los secesionistas catalanes y veremos crecer el separatismo vasco, cuyos líderes preparan un nuevo Estatuto de infarto, decididos a seguir la senda catalana en cuanto comprueben que los asonados del 1-O van saliendo de la cárcel con destino a su refugio dorado de los países catalanes.

El precio de la gobernabilidad de España no será barato. Los indultos no cuestan dinero (nos ahorraremos la manutención carcelaria de Junqueras y sus mariachis) pero el rearme del separatismo tensionará de nuevo el ambiente político y social de Cataluña y del conjunto del país. Asomará la recesión y los inversores extranjeros huirán de España como de la peste.

Tendremos barra libre de gasto para las autonomías y los ayuntamientos, con un nuevo sistema de financiación autonómica basado en el principio de que el dinero público no es de nadie y que el derroche ya lo pagarán los que vengan detrás.

La única posibilidad cierta de frenar la peligrosa borrachera de euforia que invade al sanchismo sería una derrota en las municipales y autonómicas, pero no parece que el PP, roto por dentro y por fuera, ni Ciudadanos, con Rivera empeñado en enterrar a los populares aunque sea a costa del interés de la nación, y mucho menos Vox, cuyo voto de cabreo no ha servido más que para movilizar a la izquierda y ponerle en bandeja la victoria a Sánchez, puedan amenazar el asalto al poder municipal y autonómico planeado por los socialistas para finales de este mes.

Será duro, pero será decisión de una mayoría de los votantes. Esto es la democracia.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios