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Si se fijan ustedes en las declaraciones de nuestros políticos, habrán comprobado que raro es el día que alguno no se refiera al “sanchismo”, una expresión que se repite siempre con cierto desprecio para referirse al PSOE liderado por su actual líder, Pedro Sánchez, y que es siempre acuñada por los representantes del PP, o sus homólogos de Cs, pero de la que tampoco se libraron anteriores líderes socialistas. También existió, efectivamente, en su día el “zapaterismo”, o si queremos irnos un poco más lejos, el “felipismo”, como armas arrojadizas contra todo lo que representan o representaron estos ex presidentes del puño y la rosa.

Resulta curioso que esto mismo, sin embargo, ocurra sólo excepcionalmente con el resto de líderes políticos hasta el punto de que si escucháramos hablar de “casadismo”, sospecho que pensaríamos más en alguna especie de secta defensora a ultranza del santo matrimonio que en lo que pudiera representar Pablo Casado en el PP. O si oyéramos hablar de “riverismo”, lo mismo tampoco pensaríamos en el líder de ciudadanos, sino en alguna peña del matador Francisco Rivera o en algún club de fans de su hermanastro, el ínclito Dj Kiko Rivera. Y si alguien se refiriese de pronto al “iglesismo” tal vez pensaríamos en una congregación eclesiástica mucho más que en las batallitas ideológicas de Pablo Iglesias.

Seguro que cada cual tendrá su particular teoría, pero en mi opinión tal vez sea porque al igual que la izquierda siempre ha sufrido de cierto complejo de superioridad moral sobre la derecha, los más conservadores lo ha intentado contrarrestar con su particular gancho de derecha, el insulto y el menosprecio hacia sus colegas de izquierda. Recuerden aquellas famosas ristras virales de insultos e improperios de unos desatados Casado y Rivera despachándose contra Pedro Sánchez en algunos momentos de las pasadas campañas. Como obviamente el insulto puro y duro puede volverse contra uno mismo, directamente han inventado esta otra forma de menosprecio mucho más sutil y homologable en esta sociedad medio civilizada en la que vivimos.

Eso sí. Observen bien sus caras al pronunciar la expresión “sanchismo” y reconozcan conmigo, que es terriblemente difícil no separarla de un rostro furibundo y alterado que en ese preciso instante se dispone a escupir el insulto más despreciativo, nauseabundo y repugnante que ha podido localizar en los santos diccionarios.

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