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Salvemos a las vacas

Lunes, 12 de septiembre 2022, 05:00

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Los que se pasaron por la última y exitosa edición de Salamaq seguramente se fijaron en la vaca virtual que promocionaba el documental ‘Goodbye cows’ (‘Adiós vacas’). Se trata de un trabajo impulsado por Provacuno, la interprofesional de la carne de vacuno, que dibuja el escenario apocalíptico de un mundo sin vacas. Para ello recoge los testimonios de reputados expertos e incluso de una mujer que se adentró en el veganismo y que salió espantada al comprobar los efectos que esa filosofía tenía en su salud. Es un documental necesario para arrojar luz en un debate monopolizado por las posturas de los mal llamados animalistas y ecologistas. Es obvio que la pieza defiende la posición del sector que la ha encargado, pero no recurre a demagogia barata ni a datos manipulados. Ahí radica su valor y la importancia de que todos veamos esos 45 minutos que nos alertan de un futuro catastrófico que cada vez está más cerca.

Los que creemos en la libertad y la democracia alimenticia debemos despertar de nuestro letargo antes de que el discurso vegano arrase con todo. Sin apenas darnos cuenta, nos están imponiendo una determinada dieta de la que muchos expertos alertan de sus consecuencias nocivas para la salud. Poco a poco ese odio a la carne va calando y los menús vegetarianos y veganos amenazan con entrar incluso en las escuelas con el patrocinio de determinados partidos políticos y obviando la importancia que tiene que los niños coman carne, pescado y lácteos. El ‘lobby’ vegano se presenta en todo esto como una especie de Robin Hood que quiere hacer justicia en un mundo dominado por oscuras corporaciones al servicio de los intereses ‘carnívoros’. Sin embargo, la gran paradoja es que detrás de esas campañas contra el consumo de carne se encuentran fondos de inversión que han visto un caramelito muy dulce y buscan hacer negocio con nuestra salud. Es curioso que la izquierda radical, esa que se erige en garante de los pobres ante la amenaza de las empresas del IBEX, abandere un movimiento capitaneado por transatlánticos que pretenden destruir a los grandes y medianos grupos ganaderos, pero también a los miles de profesionales que tienen una pequeña explotación que mantienen a duras penas mientras sostienen en gran medida al mundo rural. ¿Quién es entonces el que ha vendido su alma a los poderes en la sombra?

Las campañas de los animalistas que pretenden acabar con los animales están siendo especialmente virulentas contra el sector del vacuno. Nos cuentan milongas de los gases que emiten, del agua que consumen y del perjuicio que ocasionan al planeta. Olvidan que estos animales forman parte de una armonía natural y que el metano que producen dura solo una década en la atmósfera mientras los combustibles fósiles se mantienen por miles de años. El problema es que los gurús veganos no ofrecen alternativas. Aniquilar las vacas y pretender que todo siga igual no es así de simple. Sin ellas desaparecería la dehesa charra, las praderas asturianas, gran parte de la agricultura y, por supuesto, la mayoría de los pueblos. Esa es la realidad que no nos cuentan y que prefieren obviar. Las vacas no son un eslabón de la cadena que se elimina y se vuelve a unir como si nada. El papel que juegan influye en otros muchos ámbitos de forma decisiva.

Y todo esto, ¿para qué? Para acabar consumiendo una serie de productos ultraprocesados que intentan imitar a la carne, pero sin serlo. Porque todos estamos de acuerdo en que hay que ingerir más frutas, verduras, legumbres y hortalizas, y si son de la Sierra de Francia, de las Arribes, de La Armuña y de las huertas de Cabrerizos, mucho mejor. Pero lo que no nos pueden vender son las virtudes de auténtica basura como son las hamburguesas veganas, las albóndigas veganas, las salchichas veganas y el queso vegano. Y encima, para suplir el déficit que la ausencia de carne deja en nuestro organismo, tendremos que medicarnos con suplementos alimenticios. Lo siento, pero una sociedad que se encamina hacia esa forma de vida es una sociedad enferma. Salvemos a las vacas antes de acabar ahogados en la ponzoña del tofu y la soja transgénica.

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