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Los de Teruel reclaman que Teruel Existe, y hasta se han sentado en el Congreso de los Diputados. En Salamanca, donde sigo sin saber si somos más tontos que ignorantes o viceversa, tendríamos que crear el movimiento “Salamanca NO existe”. Porque Salamanca no existe ni ha existido nunca, es una entelequia o algo así, y a las pruebas podemos remitirnos... aunque nos han hecho creer tan pequeños que toda miseria nos parece normal, peor: nos la merecemos.

Podría escribir no un artículo, podría escribir los cien tomos de la Espasa con los desagravios y marginaciones hacia nuestra tierra, hacia nuestro futuro, hacia nuestro desarrollo. Cien tomos, no exagero.

Hablamos, hablan mucho de tonterías, de planes, de proyectos y de estudios que no conducen a nada; hablamos, hablan mucho de tapas, de cultura, y les falta poco para decir que el día menos pensado se nos llenará la Universidad de Premios Nobel. Que tiemble el MIT, que tiemple la Yvy League.

Pero sin cimientos no vamos a ninguna parte, y lo primero que necesitamos es que nos pongan en el mapa con las infraestructuras básicas (digo básicas), que hagan nuestra vida más cómoda y que podamos atraer actividad y población, que a los jóvenes salmantinos no se les haga Salamanca lo que es, un pueblo abandonado. Insisto una vez más en poner como ejemplo algo tan simple como una circunvalación. Los salmantinos, sus “responsables” políticos no pueden demorar un segundo más en reclamar y reclamar y volver a reclamar el anillo exterior SA-30, el que una directamente, sin rotondas ni semáforos y de una santísima vez, las autovías de Madrid, Cáceres, y Valladolid-Portugal. Llegar a Salamanca es remontarnos al tiempo de los carruajes, y cruzarla es una pesadilla y además peligrosísima, como es el caso de la rotonda de Buenos Aires, cuyo proyecto duerme en un cajón. Si Salamanca quiere llegar al siglo XXI desde sus tinieblas, lo primero que tiene que hacer es pedir lo suyo, empezando por unas infraestructuras dignas.

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