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La granja en la que estoy pensando no es esa donde la semana pasada se fueron de excursión los ministros, ministras y ministres para orearse en plena naturaleza, respirar en el agro aire sin contaminar y disfrutar de un lunch campestre –sin fiesta de pijamas-, una vez roto el hielo y hechas las presentaciones informales en jornada de amena y retozona convivencia. Retiro sin espiritualidad.

“Rebelión en la granja” es el título del alegato de Orwell contra el autoritarismo y a favor de la libertad. En esa fábula los habitantes de la granja se rebelan contra la injusticia de que son objeto por parte del dueño, o sea, el poder. Últimamente han sido los granjeros, ganaderos, agricultores, cosecheros, viticultores, apicultores y gentes del campo en general quienes se han puesto de uñas contra el Gobierno ante una situación de penuria y desamparo. No es de extrañar el hartazgo entre estas gentes que se pasan la vida mirando unas veces al cielo y otras al suelo, de donde pueden sobrevenir sus gratificaciones y sus desgracias. En ambas tiene que ver la Naturaleza. Pero si además se une la falta de una digna recompensa material por su trabajo -y en esto también interviene la naturaleza, pero la humana- entonces los campesinos están abocados a tiempos de mayor incertidumbre que pucheros en la lumbre, como rezaba un dicho popular.

Las pasadas Navidades podía verse en la tele un anuncio en blanco y negro, de Correos, creo recordar, en el que una serie de personas se mostraban orgullosas de vivir en sus pueblos y expresaban sin ambages las razones de su permanencia en ese entorno duro y áspero, fieles a sus raíces. Encomiable. Viendo el anuncio se me ocurrían otros tantos argumentos para justificar el abandono de esos mismos lugares: envejecimiento generalizado de la población, cierre de escuelas y bares por falta de alumnos y de clientes, clausura de sucursales bancarias, deficiente cobertura de telefonía móvil e internet, depreciación de los productos agrícolas cuya explotación no llega a cubrir los gastos generados, incremento de los costes de piensos, gasóleos y fertilizantes, ausencia de incentivos en la ganadería y sus derivados (véase el caso de la leche, por ejemplo), escasez de médicos, amenaza de cierre de consultorios, comunicaciones deficientes, temor a futuros recortes de la PAC, y un largo etcétera que pone en tela de juicio el tan cacareado “emprendimiento en el medio rural”.

Parece lógico que los tractores se echen a las carreteras en defensa de precios justos frente a intermediarios y especuladores Y contra unos gobernantes urbanitas que nunca han pisado un cagajón, que no han visto unas madreñas y que apenas distinguen una abeja de una oveja o una bicicleta de una vaca. Pero ellos felices cual perdices en la quinta toledana.

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