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¿Quién ha dicho no?

Viernes, 8 de mayo 2020, 05:00

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A UNQUE empezando por mí, lamento por ustedes verme obligado a escribir de lo mismo. No hay otra cosa, no obstante procuraré darle otro aire para no aburrirme ni aburrirles, lo intentaré. No es cuestión de convertir en un sainete aquello que no lo es ni por aproximación, aunque payasos no falten en este grotesco esperpento político en plena función ni les falten la necesidad de aparentar lo que no son, es su oficio, porque equivocarse nos equivocamos todos de vez en cuando, es parte de la condición humana, pero si malo es equivocarse, peor es hacerlo poniendo voluntad en ello, en hacerlo voluntariamente dejándolo así de serlo para intentar callar lo inconfesable, lo que no debe saberse ni siquiera sospecharse, martingala que al respetable, que comienza a sentirlo en carne propia, cada vez le gusta menos.

Dejó escrito Julio Camba hace casi nueve décadas, durante los primeros años de la Segunda República, que “al español no le gusta que las cosas funcionen bien, porque si las cosas funcionan bien él tendrá que funcionar bien a la vez, y este sistema no le ofrece ventaja ninguna” y añadió: “de igual modo, que con un ministro honrado o con un funcionario insobornable no se podrá jamás conseguir un destinillo ni activar un expediente”, por eso, ¿hacer las cosas bien? ¿Qué locura es esa, para que se beneficien otros?

Una vez leído esto y visto lo que viene ocurriendo casi noventa años después, ¿qué diferencias encuentran, al menos en la esencia, del tema? porque en las formas, en muchas, las encontrarán, por ejemplo en las formas de vestir o de peinarse.

Estamos pasando por una situación muy complicada (“estado de alarma,” le llaman quienes en ella andan metidos y se mueven motivados por asuntos dispares, mientras el artista principal se mueve al son que otros le tocan), ante la que el aparente error entre quienes en sus manos pusimos en su día la responsabilidad de evitar en lo posible coyunturas como esta o en caso de no poderse evitar aplicar medidas paliativas buscando una solución es una constante en todos ellos. Como aquí nadie se aclara (voluntaria o involuntariamente) y cambia de opinión o de actitud con una frecuencia espectacular, porque es parte del espectáculo, la actitud política frente al coronavirus es una muestra palpable y cotidiana de eso, al margen del beneficio o del perjuicio que las decisiones puedan ocasionar mientras a ellos no les perjudique porque en ellas se juegan su futuro político, que es lo único que les importa (la pandemia y sus consecuencias son para ellos un medio, que si es necesario prolongar se prolonga lo que haga falta, caiga quien caiga mientras sean otros).

El presidente segundo de este Gobierno, Sánchez, logró conseguir la cuarta prórroga del estado de alarma que la llevaba pidiendo nada convencido de que la fuese a lograr. Pues ya la tiene, mejor dicho, ya la tenemos, si para bien o para mal ya se verá. El “no” que temía a esta prolongación era ir contra el “sí” que por lo que se ha venido notando no busca la salud de los españoles sino conseguir y dar salida a las debilidades de quienes se resisten a hacer las cosas bien, con la amenaza de que aquel que no lleve la etiqueta de esta casta, que se prepare. El coronarius para esta gente es lo que es, una ocasión, una posibilidad de medrar que no pueden perder. Lo demás son patrañas, motivos para zafarse de toda culpa y responsabilidad. Por tanto, ¿quién ha dicho no? ¡A por él!. Pero la misma respuesta tendría la pregunta contraria si les conviniera. ¿Quién ha dicho sí? ¡A por él!.

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