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Esto del hundimiento y resurrección de Ciudadanos viene a ser como lo de aquel hombre feliz del chiste cuando era preguntado por un amigo: “Te veo muy feliz, ¿por qué?”. “Es porque he decidido no discutir nunca y le doy la razón a todo el mundo”. “Hombre, por eso no será”. “Pues no será”. De igual forma, los votantes le han dado una patada en el culo a Albert Rivera y todo el mundo coincide en interpretar que lo han hecho por sus frecuentes cambios de rumbo, por su volubilidad a la hora de fijar las posiciones de Cs respecto a los temas fundamentales de la gobernanza, por los pactos y las cambiantes amistades peligrosas. Pero si fuera por contradicciones, a Pedro Sánchez le tendrían que haber dejado el pasado 10 de noviembre no con diez, sino con uno o ningún diputado. Aunque se hubiera esforzado el ‘difunto’ líder de los naranjas, nunca hubiera conseguido cambiar de chaqueta con la rapidez y la destreza con que lo viene haciendo el Doctor No es No. De hecho, su éxito radica en una capacidad insólita para mantener sus incoherencias a capa y espada, para mostrarse siempre firme en sus contradicciones.
Prometió Sánchez convocar elecciones inmediatas en la moción de censura que lo aupó al poder y acto seguido anunció que intentaría agotar la legislatura y se amarró a la cama de la Moncloa hasta ser bloqueado por sus socios golpistas y filoterroristas. Ofreció cuatro ministerios a Pablo Iglesias, luego le vetó porque le provocaba insomnio, y lo primero que ha hecho tras los últimos comicios ha sido echarse en sus brazos y calificar la entente con los comunistas como un “pacto ilusionante”. Decía que su objetivo esta vez era no depender de los separatistas para poder gobernar y ahí está sentado a la mesa con los representantes de los golpistas, prometiendo indultos a cambio de considerar a España una macedonia de naciones y de considerar que el problema de Cataluña, antes un conflicto social, es ahora un “problema político”, tal y como exigen Junqueras, Rufián y compañía. El Doctor No es No, cuyo único principio ideológico conocido hasta la fecha fue su negativa a abstenerse para que gobernara la lista más votada (la de Mariano Rajoy) defiende ahora la abstención obligatoria del PP de Pablo Casado para dejarle gobernar a él.
Y esto solo referido a la formación de Gobierno, porque en cualquiera de los ámbitos de la actividad política ha caído Sánchez en contradicciones continuas. La lista es interminable: criticó el abuso del Decreto-Ley por parte de Rajoy y se convirtió en el rey del Decreto-Ley en cuanto pudo; dijo que lo de Puigdemont y Junqueras era un delito de rebelión y luego obligó a la Abogacía del Estado a pedir secesión; exigió que cualquier candidato a la Moncloa debería contar con más de 130 diputados (los últimos de Rajoy) y él ha gobernado con 84 y ahora lo intenta con 120; criticó el ‘capitalismo de amiguetes’ y ha colocado a quinientos amigos suyos al frente de empresas públicas, muchos de ellos con total desconocimiento de sus nuevos cometidos; prometió independencia en RTVE y ha reforzado el control socialista/comunista del medio con Rosa María Mateo; pidió la dimisión de Cristina Cifuentes por mentir en su currículo y no se ha ido a casa tras descubrirse el plagio generalizado de su tesis doctoral; exigió y consiguió la expulsión del Gobierno de Rajoy por pertenecer a un partido supuestamente corrupto y ahora se niega a hablar de la corrupción a nivel de récord mundial del PSOE...
En fin, que por contradicciones no será. El pueblo español es misericordioso y sabe perdonar estos deslices. A Rivera le hundieron las circunstancias, la polarización de la política que en este país está volviendo a las andadas, a las dos Españas, a un partido a cara de perro entre rojos y azules en el que a los naranjas no les dejan ni pitar, porque de árbitro ya han sido designados los que quieren destruir la nación.
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