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En estos días aún de confinamiento, pero en los que comienza su disminución, rebaja o relajación (elijan, por favor, cualquier alternativa al horrendo término “desescalada”), ahora que volvemos a pisar las calles de nuestra bella y desamparada ciudad, resulta difícil sustraerse a la angustia por el sombrío futuro que nos espera. Cuando pase la crisis sanitaria, cuando dejen de acumularse los muertos y tengamos que preocuparnos sobre todo por los efectos del desastre económico y social causado por la pandemia, habrá que exigir a nuestras instituciones no solo responsabilidades por lo sucedido, sino también que pongan sobre la mesa cuáles son sus planes para la reconstrucción.

Porque, previsiblemente, Salamanca no solo será una de las provincias de nuestro entorno que más dificultades tendrá para superar las fases que finalmente se establezcan hasta alcanzar la “nueva normalidad” (otra siniestra contradictio in terminis), sino también una de las peor paradas en la catástrofe económica. Todos los pronósticos apuntan a que será el sector terciario, el de los servicios, el más dependiente de la movilidad de la población, el que resultará más perjudicado por la crisis y más difícilmente recuperable. ¿Qué sucederá con tantos negocios creados en función de un turismo que era ya de masas y del que incluso comenzábamos a lamentar su carácter invasivo? Tiendas, bares, restaurantes, hoteles... ¿Cuándo volverán a estar llenos? ¿A qué podrán dedicarse tantos trabajadores que perderán su empleo como consecuencia del cierre de tantos establecimientos? En tiempos de reclusión, de miedo y de desconfianza, pagaremos por aquello que precisamente más nos distinguía: nuestra hospitalidad, nuestro atractivo para satisfacer unas aspiraciones de ocio que ahora van a quedar radicalmente transformadas. A medio y largo plazo será preciso buscar alternativas, salir de lo que empezaba a ser una especie de monocultivo y plantear cambios en una estructura productiva cuya fragilidad ha quedado ahora demostrada. ¿Es acaso de ilusos soñar con un plan concertado entre todas las administraciones públicas y organizaciones sociales en el que puedan definirse objetivos y programarse actuaciones para el futuro?

Otro de los grandes pilares de nuestra provincia es sin duda la Universidad. Lamentablemente, esta también va a sufrir en especial la crisis que nos espera. Sus principales fortalezas se encuentran precisamente en su carácter abierto, su internacionalización, su capacidad para acoger a un número de estudiantes ajenos a nuestra provincia y a nuestro país muy por encima de la media del resto de las universidades españolas. Y esto es, por desgracia, lo que más se encuentra ahora en cuestión: la movilidad, la circulación de estudiantes, profesores e investigadores. Ceñida a su entorno más próximo, nuestra universidad se empobrecería de manera inimaginable. Se hace necesario, en consecuencia, no solo prestar atención a los problemas inmediatos y sobrevenidos, que han alterado gravemente -pero también de manera inevitable- la normalidad académica desde mediados de marzo. A ellos se ha hecho frente con buena voluntad, pero también con sobreactuaciones y algún error evidente, que a veces nos han colocado en un trending topic bastante indeseable. Pero lo que ahora resulta indispensable es adelantarse a los acontecimientos, elaborar planes de contingencia para un futuro nada lejano, que ya es el inicio de un nuevo curso cuyo desarrollo va a estar sometido a toda clase de incertidumbres. Deberá garantizarse con ellos que la Universidad de Salamanca va a estar preparada para ofrecer la mejor formación posible en una universidad de sus características, sea aquella presencial o virtual, con toda la flexibilidad que exijan las circunstancias. Y resultará imprescindible, al mismo tiempo, difundir con acierto dicho plan, frenando una incipiente crisis reputacional que, aunque injusta, podría hacernos mucho daño. El mensaje, dirigido sobre todo a nuestros estudiantes, debe consistir en que, cuando la docencia sea presencial, tendrán clases y grupos adaptados, junto a todos los sistemas de protección y control sanitario; y cuando sea a distancia, dispondrán siempre de los medios informáticos y la conectividad necesaria para seguir sus clases. En definitiva, deberá quedar claro que en cualquier escenario la Universidad será capaz de asegurar la máxima calidad en su formación.

Son tiempos, también en Salamanca, de planes para el futuro. Promovidos desde instituciones cuyos responsables actúen con sobriedad y eficacia y no desde la sentimentalidad y la desorganización; entregados al servicio público convencidos de que esa es su obligación, no algo que deba ser agradecido a cada instante; que respeten a los discrepantes de verdad, no solo desde la retórica oportunista. En circunstancias críticas hacen falta liderazgos, no solo buenas intenciones. Necesitamos planes con objetivos precisos, que puedan ser discutidos y evaluados, planes que abran ante una ciudadanía amenazada de desesperanza un horizonte mejor que el que ahora atisbamos.

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