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El pasado miércoles, estaba amaneciendo, salí a la terraza embozada en un cardigan de lana escocesa que a diario me acompaña en el salto del sueño a la vida. Son a menudo los mejores minutos de la jornada, mientras la cafetera ronronea en el fuego, el resto de la casa duerme plácidamente y el día está todavía preñado de promesas. Pasé los dedos con delicadeza sobre los botones con los que la hiedra está ya rompiendo y me embriagué por un instante de ese milagro de regeneración que es la primavera, sin advertir el presagio. El pasado miércoles será un día que recuerde siempre como prueba fehaciente de que en la política hay todavía esperanza y al que recurriré en la memoria cuando lleguen esos otros y aciagos días, que llegarán, en los que los aconteceres me muevan a repudiarla.
Habían pasado ya un par de horas, el ajetreo de los desayunos y la cola el baño. Había ya dado esos dulces besos de despedida bajo el dintel de la puerta y colgado mi cardigan para enfundarme la camisa de los cinco sentidos. Estaba ojeado periódicos igualmente pesimistas de los dos lados del Atlántico, cuando saltó una alarma en mi teléfono. La canciller Merkel convocaba a todos los periodistas que a duras penas seguimos su ritmo de trabajo para hacer una declaración. Merkel rara vez improvisa, su agenda se fija con semanas de antelación y me extrañó esa inesperada convocatoria, así que marqué el número de la oficina del portavoz del gobierno para averiguar a qué respondía tal impulso de espontaneidad. “Quiere pedir perdón”, fue la respuesta.
A los cristianos se nos enseña a perdonar y a pedir perdón hasta setenta veces siete. La psicoterapia considera ambas acciones como básicas en los procesos terapéuticos. Y hasta en un juicio, el hecho de que el acusado pida perdón a la víctima, su arrepentimiento, puede llegar a ser valorado como una eximente. Pero en la política española se trata de conceptos bastante marcianos, a diferencia de la relativa naturalidad con que se manejan en otros países. Tony Blair admitió los “errores en el planteamiento de la guerra de Irak”, aunque con doce años de retraso. Si se teclea en Google “David Cameron pide perdón”, aparecen más de 400 resultados porque se disculpó públicamente por la tragedia del estadio de Hillsborough, por la colaboración de agentes británicos en la muerte de un abogado católico, por el ‘Domingo Sangriento’, por las negligencias de un hospital de Staffordshire y hasta por revelar una conversación privada con la Reina. Tuvo que disculparse, de hecho, ante Isabel II por haber declarado que la reina “ronroneó” de satisfacción tras conocer la victoria del ‘no’ en el referéndum de Escocia.
Barack Obama pidió públicamente perdón a Médicos Sin Fronteras tras el ataque a un hospital afgano, pidió perdón por la muerte de dos rehenes en una operación militar en Pakistán y hasta se disculpó con el gobierno de Guatemala por los experimentos que infectaron intencionalmente a personas con sífilis y gonorrea entre 1946 y 1948. Bill Clinton se arrepintió de forma institucional y en ‘prime time’ por su “relación no apropiada” con Monica Lewinsky. Y Merkel, con celeridad y resolución, dio la razón a quienes criticaban su última vuelta de tuerca a las restricciones y rectificó antes de que las nuevas medidas entrasen en vigor. “Un error debe ser reconocido como tal y sobre todo debe ser corregido, si es posible cuando aún se está a tiempo”, dijo la canciller alemana, “entiendo que este nuevo cambio en tan corto plazo cause confusión y lo lamento profundamente... pido por eso perdón a todos los ciudadanos y ciudadanas”. Y acto seguido se encaminó al Bundestag para someterse allí a las preguntas y críticas de la oposición en pleno parlamentario.
Menos de 48 horas antes, la canciller alemana había acordado conjuntamente con los presidentes de los Bundesländer un cierre muy estricto para los días de Semana Santa, sin tener en cuenta que hay personas mayores que no pueden hacer compras grandes para toda una semana o que los días previos al cierre se producirían previsiblemente indeseables aglomeraciones en supermercados, gasolineras e incluso farmacias. Ese cierre ha sido abortado, la canciller ha añadido una pincelada de grandeza al retrato político que dejará para la posteridad y yo he descansado en la idea de que los políticos se equivocan, como nos equivocamos todos, y que a veces alguno de ellos rectifica a tiempo y pide perdón, sin que por ello se hunda el mundo. Más bien al contrario. Hoy se ha vuelto necesario que los políticos entonen el mea culpa si es que quieren que se haga el milagro de la regeneración, si es que quieren recuperar, no hablo ya de confianza, al menos la consideración y quizá la empatía de los ciudadanos.
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