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Hay que escuchar a Ana Fernández-Sesma, la viróloga bejarana, para encontrar motivos fundados para la esperanza y espantar los fantasmas de esta quinta ola, que no provoca dolencias tan graves pero ha devuelto el miedo a las calles. Tal y como recoge hoy LA GACETA, Ana es optimista, ve cerca el final del negro túnel, y considera que no hay vuelta atrás en el camino hacia la normalidad, aunque también avisa de que deberíamos estar ya vacunando a los jóvenes.

En Salamanca el número de contagios sigue disparado, pero a diferencia de las olas anteriores, ahora muy pocos llegan a ingresar en planta o en la UCI. En Burgos, por el contrario, el hospital se está llenando de enfermos covid y sus cifras ya se acercan a los peores tiempos del colapso. Es decir, que no estamos para bromas y la recuperación de la actividad debe estar acompañada de prudencia.

No podemos echar las campanas al vuelo, como hizo ayer Pedro Sánchez en otra de sus intervenciones al estilo ‘Aló Presidente’, esta vez no se sabe con qué motivo pero sí el lugar: en Sevilla, donde todavía yace fresco el cadáver político de Susana Díaz.

En el mitin sevillano el inquilino de La Moncloa volvió a dar por derrotado el virus y ni siquiera habló de la pandemia, como si ya no existiera. Para Su Sanchidad, ahora solo hay vacunas y fondos europeos. A él no le importa que la llegada de dosis se haya frenado en las últimas semanas y quizás no sabe, porque nadie se habrá ocupado de decírselo, que los dineros de la UE todavía no han llegado a ningún sitio. Al menos a Salamanca, ni un duro. Aquí seguimos aguantando la crisis ‘a pelo’, con el único consuelo de que el turismo nacional comience a levantar al sector hostelero de sus cenizas.

El discurso de Sánchez, tras la enmienda a la totalidad de su propio Gobierno, se centra en exclusiva en la recuperación. No sabe hablar de otra cosa. Como si nombrarla y repetirla tuviera un efecto mágico sobre la economía. Alguien debería explicarle que la recuperación no se consigue hablando de ella, sino trabajando, dando confianza a los mercados, aplicando una política rigurosa, impulsando proyectos... en fin, todas esas cositas de las que el Doctor Sánchez no se suele preocupar porque no contribuyen a engordar su ego (como si le hiciera falta).

Lo que desde luego no contribuye a la recuperación es tener a los ministros ocupados en lanzar improperios contra el Tribunal Constitucional. Esa tarea de amedrentamiento solo contribuye a ofrecer al mundo la imagen de una democracia imperfecta, la foto de una república bananera donde el Ejecutivo intenta imponer su voluntad por encima de las leyes, como si el poder judicial no solo no fuera independiente, sino que debiera someterse a un papel de mero lacayo del Gobierno.

La eutanasia, la ley de la infancia o las leyes trans tampoco nos van a sacar de la pobreza, por más que se empeñe Sánchez en vender la moto de la agenda social y sus efectos sanadores. El presidente repite su mantra de que nadie se quedará atrás, pero la realidad le desmiente. Tenemos un cincuenta por ciento más de pobres en España en el último año. Pobres de los de verdad, de los que sufren “carencia material severa. De los que no han visto los fondos europeos por ninguna parte y que necesitan de las ONGs para comer y pagar la luz.

No ayuda a la recuperación que Sánchez permita a su ministra de Trabajo concentrar sus esfuerzos en cambiar el concepto de patria por el de matria. A eso dedica su tiempo la podemita Yolanda Díaz, que tenía fama de ser la más sensata y la menos radical de los cinco comunistas sentados a la mesa del Gobierno. De Irene Montero y sus todos, todas y todes cabía esperar cualquier estupidez lingüística, pero no de Diaz. Se ve que la estulticia tiene la misma capacidad de contagiarse entre ministras que la cepa india. Como bien dijo ayer el gallego impasible, Mariano Rajoy, “hay demasiado artista de la lengua en el Consejo de Ministros”. De eso se ocupan, y no de levantar España. Y lo cara que nos está saliendo a todos tanta tontería.

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