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Pañeros chinos

Lunes, 4 de enero 2021, 04:00

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El Corneja baja estos días generoso. Las lluvias otoñales y el deshielo de las primeras nevadas en Gredos le han dado fuerza y cuerpo. Todo un regalo para el Tormes, río al que regala sus aguas en las inmediaciones de Navamorales. Gracias al suplemento “Muy Salmantino”, que cada domingo pueden leer en LA GACETA, la pasada semana descubrí una ruta por esta zona sumamente interesante. Arranca en tierras abulenses, en la localidad de Villar de Corneja, pero permite adentrarse en las antiguas norias que los habitantes de Navamorales construyeron en la ribera del río. El objetivo era regar los frutales y las patatas que con mimo cultivaban en una tierra no demasiado agradecida donde la roca granítica aflora con facilidad. Más cerca de Villar de Corneja, el caminante se puede asomar al puente de origen medieval de La Fonseca y, junto á el, al sorprendente paraje del Hocino. Como si fuera el Guadiana, el río Corneja desaparece durante unos metros bajo las inmensas rocas graníticas para volver a brotar repleto de energía. Pudo ser un terremoto acaecido hace millones de años el causante de este fenómeno tan peculiar y atractivo.

La ruta también alcanza la localidad de Santa María del Berrocal, famosa en toda España por su industria textil. De hecho sus habitantes son conocidos como pañeros. A lo largo de los siglos vendieron su producción por todo el país, primero a pie, luego en mula o en bicicleta y posteriormente en furgoneta. Hoy todavía vemos las grandes naves de factorías que nos suenan a todos como Leño, Revitex o Rufino Díaz. Sobreviven de forma estoica en un mercado donde China ordena y manda. Que se lo digan a Béjar, donde este sector hace décadas que se despidió de una ciudad que sigue pidiendo a gritos un futuro o plan de reindustrialización que tarda demasiado en materializarse.

Al recordar el pasado textil de Béjar o el que sobrevive a duras penas en Santa María del Berrocal es obligatorio hacer autocrítica. Pensar si ha merecido la pena entregar a un país ajeno un sector que era propio y que generaba miles de puestos de trabajo. Lo que ha ocurrido es perverso. Denigrante. Hemos sacrificado la calidad, el empleo y el orgullo patrio por un puñado de euros. A estas alturas todo el mundo sabe que un jersey, una camisa o un abrigo fabricados en el gigante asiático duran dos mediodías. Pero nos da igual. Preferimos los productos de usar y tirar. Lo barato, aunque a la larga salga caro. Sin pensar por un momento que esa compra aparentemente inofensiva es una puñalada más en la maltrecha industria textil española.

En 2008 había en nuestro país unas 13.000 empresas de confección. Diez años más tarde, solo resistían poco más de 9.000. No toda la culpa la tiene el consumidor, ni mucho menos. El mismo empresario español prefirió externalizar su producción. Incluso algunas de esas factorías de Santa María del Berrocal han tenido que recurrir a la materia prima china para sobrevivir.

La crisis del coronavirus ha hecho que se reabra de nuevo el debate. La paralización de China a comienzos del pasado año dejó sin provisiones a las empresas españolas. Vieron las orejas al lobo y el grave problema que significa depender de terceros. Como si a Argelia le da por cortarnos el suministro de gas. El problema no es que faltaran las camisas o los pantalones. Lo grave es que no teníamos ni mascarillas nacionales. Imagínense las cientos de vidas que se hubieran salvado si desde el minuto cero la población española hubiera tenido acceso a esta medida de protección sin restricciones.

Es muy complicado recuperar lo que se ha desmantelado. Creo que ni esta crisis de la COVID-19 será capaz de reconducir un tren que hace tiempo que se desvío rumbo a oriente. Como el río Corneja en el Hocino, ojalá que volviera a brotar tras ese periodo escondido, pero por desgracia el sector quedará sepultado entre las rocas graníticas.

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