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TODAVÍA recuerdo la ingenua ilusión con la que arrancaba este 2021. Apurábamos con prisa y cierto desdén aquellas últimas horas de 2020, una cifra que deseábamos dejar atrás cuanto antes, para entregarnos a la recuperación,que prometía empezar con la última de las campanadas y devolvernos a la normalidad. Soñábamos, como una Cenicienta engañada ante la que el hechizo se desvanece para convertir su carroza dorada en calabaza, precisamente cuando ella creía que iba a comenzar a surtir efecto. Ahora que el encaje de bolillos diario deja paso a la quietud estival, que tan bien se presta a hacer balance sereno, miro atrás y constato que apenas queda ya esperanza para este 2021. El coronavirus siguió segando vidas. Es cierto que tenemos las vacunas, pero permanece la incertidumbre sobre su grado de efectividad ante las mutaciones del virus, y esa es excusa suficiente para que vuelvan a recortarse nuestros derechos más básicos, los de movimiento, reunión y actividad profesional. A esta sociedad de rebaño se le puede imponer ya cualquier cosa. Para muestra un indulto. España es una mujer maltratada que, a base de miedo y humillación ha perdido el control sobre su propia soberanía para echarse en brazos del primer Barbazul que aparezca en el telediario.

En los próximos meses veremos indicadores macroeconómicos muy positivos, pero son el cuento de la lechera y además no están hechos de prosperidad, sino de cartón piedra. Están sustentados por una ingente deuda pública y lo que avancemos no será sino una parte infinitesimal de lo que dejamos a deber por el camino, que asciende ya al 125% del PIB. Si la crisis financiera global de 2008 se vio agravada en España por la burbuja inmobiliaria, impidiendo una recuperación similar a la de las economías sanas de nuestro entorno, no quiero ni pensar cómo agravará la crisis postpandemia esta burbuja de la deuda que padecemos ahora. Quizá recuerden ustedes el día en el que pinchó el precio de la vivienda. Zapatero insistía en que aquello era una “desaceleración del ascenso”. A pesar de los grandiosos paliativos financieros, la prima de riesgo española estuvo un verano a punto de impedir ingresar la nómina a los funcionarios. Porque en los mercados financieros nadie quería ya comprar deuda española. Y es lo mismo que sucede ahora, cuando es el Banco Centrar Europeo el gran comprador de nuestros bonos. En definitiva, que nos compramos deuda a nosotros mismos a base de imprimir billetes. El día en que cualquier espontáneo diga en voz alta que el emperador está desnudo, el pinchazo de la burbuja tendrá un efecto de onda expansiva y nos dejará sin respiración.

No, no soy en exceso pesimista. También aprecio el lado bueno, que tiene que ver con una nueva flexibilidad laboral, de teletrabajo y horarios escalonados que permiten mayor porosidad entre la vida privada y la profesional y que nos hacen más competitivos. Con un poco de suerte, de esta acabamos con el presencialismo de la cultura laboral española y comenzamos a valorar más los resultados que las horas muertas en la oficina. Las encuestas muestran que Podemos pasa a ser Podríamos y se conjuga en condicional en muchos distritos, pero con la remodelación de Gobierno y un par de efectos especiales, puede arreglárselas el presidente. Esto no se soluciona hasta que los españoles dejemos de votar en clave de izquierda y derecha y votemos con criterios de racionalidad.

También se nos ha caído la venda de los ojos respecto a la Sanidad pública, que no ha estado a la altura, y ese es el primer paso para que podamos poner remedio. El incalculable paquete presupuestario que es la Sanidad, que pagamos entre todos, no contaba con camas, ni respiradores, ni personal suficientes. Y en 2021 la cosa no ha mejorado sustancialmente. ¿A qué esperamos? Si construimos nuestro sistema sanitario como el cerdito que construyó su casa de paja, cuando llegue el lobo se nos merienda.

También se nos ha curado este año la ceguera sobre las universidades y los institutos públicos de investigación. Las vacunas no las las han desarrollado ellos, sino laboratorios privados, empresarios que arriesgaron su capital y su tiempo. Este es el segundo verano consecutivo que el creador de la vacuna de Biontech, Ugur Sahin, se queda sin vacaciones y no puede visitar a sus parientes en Turquía. Tiene entre manos algo tan importante que no quiere pasar un solo día sin pisar el laboratorio en Maguncia. Avísenme por favor si saben de algún funcionario del CSIC que haya renunciado a sus vacaciones para acelerar el desarrollo de alguna vacuna, porque me gustaría también poder mencionarlo en este artículo. Este quizá sea el cuento de la cigarra y la hormiga.

No voy a llamar a Sánchez Pinocho, ni a Redondo Rumpelstiltskin, ni a Elena Calvo Pulgarcita, raptada por el sapo, la cucaracha y el topo. Pero sí les adelanto que este cuento no acaba bien. No veo final de concordia. Ni felices, ni perdices, pero sí seguirán dándonos con los huesos en las narices.

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