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Todo lo que toca este Gobierno empeora, estalla o indigna. Si la política es el arte de crear conflictos donde no los hay y encontrar soluciones contraproducentes que los agravan, Pedro Sánchez puede ser proclamado genio de la especialidad.

Tenemos un ejemplo muy reciente: la Ley de Universidades elaborada en los laboratorios del ministro Manuel Castells durante sus horas libres (son todas, por el momento). Por lo que se conoce del borrador, el texto representa un paradigma de esta manía del Ejecutivo social-comunista de estropear todo lo que buena o malamente venía funcionando, desde la economía a la democracia, pasando por la convivencia.

Ya la LOMLOE marcó el camino para acabar con el esfuerzo y el mérito como palancas de la educación y ahora parece que la Ley de Universidades va a imponer el mismo esquema unificador e igualitario en la enseñanza superior, para que se cumpla el sueño socialcomunista de que nadie suspenda nunca y todos tengamos el título de doctor, aunque sea regalado como el del propio presidente Sánchez.

Castells prepara la demolición de la Universidad como institución de prestigio y calidad, para lo cual pretende que cualquier profesor pueda ser rector, aunque no sea catedrático, a la vez que elimina la firma del Rey que confería solemnidad a los títulos. Son pequeños detalles del afán demoledor del Ejecutivo, que se verán reducidos a anécdotas cuando conozcamos en su integridad el texto.

No debería sorprendernos este ataque a la meritocracia y a la monarquía, si tenemos en cuenta la identidad comunista y filo anarquista de un ministro encuadrado en las filas de En Común Podem, un colega del bolivariano Pablo Iglesias y de la okupa Ada Colau. Si fuera por estos tres, las clases se impartirían en asambleas revolucionarias en las sentadas de la Puerta del Sol o durante las algaradas contra los Mossos.

No es, sin embargo, la educación uno de los asuntos que ocupen los desvelos del presidente del Gobierno. Está ahora con lo de Afganistán, intentando colgarse todas las medallas y apuntándose a todas las fotos, siempre que se produzcan en un contexto positivo. Que le den votos, vamos.

Al bello Sánchez, tan amigo de las comparecencias públicas durante sus periplos para alcanzar el poder, le ha invadido ahora el mismo síndrome del plasma que él afeaba en su día a Mariano Rajoy, solo que agravado por su incurable narcisismo. Porque a Su Sanchidad le sigue gustando aparecer en los medios de comunicación y lanzar desde el atril sus largas, vacías e insoportables peroratas, pero hace ya tiempo que se niega a contestar preguntas de los periodistas, por si acaso. Y no digamos ya cuando se trata de ofrecer explicaciones al pueblo español en el Congreso: ahí hace ‘sape’ como el gato. Prefiere cruzar el cinturón de talibanes a las puertas del aeropuerto de Kabul que someterse a un interrogatorio de la oposición o de la prensa.

Este miedo cerval del doctor Sánchez se debe no a su falta de osadía, que le sobra, sino a su deficiente preparación. Si hubiera aprovechado los años que pasó estudiando Ciencias Económicas y Empresariales y hubiera trabajado en la tesis en lugar de plagiarla, ahora no tendría miedo a que le preguntaran por un tema que no le han cocinado en los fogones de La Moncloa.

Esto también explica por qué la futura Ley de Universidades va a rebajar el nivel de la Universidad: Pedro Sánchez no puede aprobar una ley que no le permitiese conseguir su doctorado.

Un amigo me decía hace poco que demasiado bien va España teniendo en cuenta el nivel y la caladura moral de la tropa que nos desgobierna, y no le faltaba razón. Sanchistas y comunistas se han empeñado en cambiarlo todo y cada paso que dan es para peor.

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