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Nuestros representantes políticos en el Congreso de los Diputados se reunían hace unos días para empezar a tomar las primeras decisiones que deberían ser de suma transcendencia, pero en el ambiente percibo cierta distancia e incluso indiferencia. Llevamos mucho tiempo —posiblemente excesivo— oyendo hablar de progreso y de diálogo. Sobre el progreso casi todos estamos de vuelta porque hemos “sufrido” gobiernos de varios colores y los que más han progresado han sido los que estaban cerca del poder, y el diálogo es una especie de noria a la que se da vueltas y vueltas sin que salga otro agua que la de los intereses de los partidos dialogantes, para los que vale algo que hace tres meses no valía, por lo que el desencanto se ha generalizado, contemplando cómo los graves problemas del país siguen a la deriva. Nuestra clase política se ha ganado el puesto de la segunda preocupación de la ciudadanía, por una falta evidente de conexión, por una distancia sideral en sus mundos. Cuando tomo café en el bar de al lado, está puesta la tele retransmitiendo las votaciones en la Cámara, y me comenta el compañero de barra que “se les nota contentos con su nuevo puesto”, le digo que tenemos que ser optimistas, biempensantes, y esperanzados porque vamos a un gobierno de progreso. Su mirada reflejaba escepticismo.

No cabe duda alguna sobre el sistema democrático que es el menos malo de los conocidos, pero dentro de él caben diferentes composiciones e interpretaciones, y el nuestro hace agua sin los que han podido proponer algo al respecto les hayan interesado reformas, porque en principio, favorece a los que tenía que tomar iniciativas, pero esa miopía electoral nos ha llevado a la perversión actual. Los resultados conseguidos en la última votación, carecen de la adecuada representación, porque para algún partido como “Más Madrid”, cada diputado ha precisado 192.352 votos, mientras que para “Teruel Existe” le ha bastado conseguir 19.696 votos para tener un representante, y tenemos formaciones que con un porcentaje de votos que en los países de nuestro entorno ni siquiera tendrían representación, a nosotros nos traen de cabeza porque sus minorías resultan decisivas para configurar un gobierno, de manera que millones de votantes están pendientes de lo que decidan unos pocos.

Por si todo ello no fuera suficiente, lo normal es que nosotros no conozcamos a nuestro representante, y aunque lo conozcas no existen vehículos de comunicación de ideas o peticiones, y hasta es posible que ni siquiera viva allí . Miramos con envidia a aquellas democracias en las que el diputado elegido tiene su oficina abierta a los electores a los que puede recibir, escuchar, y elevar sus inquietudes hasta donde proceda. Me cuenta mi amigo Javier que vive en el mismo edificio de la sede de su partido político, y a veces se cruza con algún personaje que presume de su cargo de diputado o senador, y no saluda.

Se dice que somos una democracia joven y estamos en período de formación, en rodaje como los coches de hace medio siglo, que había que rodar con cuidado. Pero me temo que el coche se nos ha ido de las manos, posiblemente por falta de cuidado. ¿Pero cuidado, de quién? Pues no resultaría muy difícil encontrar culpabilidades. Reconocerlas nunca. Aunque en un repaso somero de la cuestión, resulta claro y evidente que los debemos encontrar entre los que han tenido posibilidades al efecto. Hemos tenido gobiernos de mayorías suficientes para ello, a los que no le faltaron voces advirtiendo de la necesidad de una reforma, porque nuestra Ley Electoral era fruto de un momento político que pasó a la historia. Advertencias, peticiones, iniciativas e incluso requerimiento los hubo. Mal servicio hicieron al país lo que dejaron pasar aquellas ocasiones, que no es fácil que vuelvan a darse. Y en este punto es donde debe hablarse de responsabilidad, más que de progreso y diálogo. Voces autorizadas con experiencia política sugieren soluciones realmente progresistas para el país, para el ciudadano de a pie que pide e interesa cuando tiene ocasión, tomarse en serio la cosa pública, porque el momento es crítico y complicado en muchos aspectos, y ellos son los que van a sufrir de forma más directa estas perversiones electorales que permiten a algunos de nuestros dirigentes políticos seguir mirándose el ombligo de sus intereses, cuando la verdadera democracia es la que está dirigida al bien común. ¿Quién habla de él de estos momentos?

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