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Nostalgias mercantiles

Lunes, 16 de agosto 2021, 05:00

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Leemos con frecuencia e interés los eruditos artículos de don José María Hernández Pérez, como el último dedicado a la antigua pastelería de “ Las Guapas”. En ellos da noticias con rigor de los comercios que había y de quien eran en la Salamanca de finales del siglo XIX.

Los que tenemos bastante más de media vida hemos asistido a un cambio radical del perfil físico y mercantil de la ciudad. Muchas causas han contribuido a esos cambios la mayoría irreversibles.

En primer lugar el envejecimiento de la población del centro urbano, debido a los altos precios que en su día costaban los pisos, que impidieron a los jóvenes su adquisición y a cambio tuvieron que irse a vivir a lo que ahora se llama pomposamente el alfoz, un término histórico medieval que los periódicos han vulgarizado. O sea, a Santa Marta, Villares, Villamayor... que con promociones asequibles y centros comerciales idénticos se han convertido en los únicos núcleos de la provincia que ganan población.

A cambio, el centro de la ciudad se ha vaciado, oficinas y edificios administrativos son los únicos que alquilan y ocupan los grandes pisos de las familias numerosas acomodadas, que vivían allí hace 50 años y ahora, en mejor de los casos, tienen que dividir para poder vender como apartamentos. O alquilarlos a estudiantes y turistas.

Con el vacío urbano y el aumento de la edad media de los residentes, ha cambiado también el perfil mercantil de tiendas y comercios. Hoy en la ciudad es casi imposible encontrar una droguería, una ferretería, una mercería. No hay carnicerías ni pescaderías fuera del Mercado Central. A cambio se han multiplicado por cien los bares y terrazas, los bazares chinos y las franquicias multinacionales.

Ese es el signo de los tiempos y no conviene moralizar sobre su sustancia. De nada vale. Pero como espectador de otros escenarios, quería dejar aquí la reseña de tales cambios.

Porque aquella variedad de pañerías, ultramarinos y mercerías que llegamos a conocer hace unos años y que tan bien enumera y da puntual noticia de sus peripecias mercantiles Don José María en estas páginas, a veces nos esponjan un inevitable aroma de nostalgia.

En fin, cosas de la edad... o de este sofocante ‘Ferragosto’ que padecemos.

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