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Mirando al cielo, mirando al suelo

Domingo, 4 de julio 2021, 05:00

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Esa parece ser la eterna condena de agricultores y ganaderos. Siempre en gerundio, porque no hay certeza alguna que garantice el futuro, como tampoco faltan lamentos por el pasado. Un pasado que puede ser de lo más reciente e inmediato: esa tormenta que se desata en unos minutos, el pedrisco que se desploma. Antiguamente, en estas llanuras trataban de romper los negros nubarrones con cohetes lanzados hacia el cielo amenazador.

Unas veces porque llueve, otras porque no llueve, las vidas y fortunas de las gentes del campo están pendientes de un hilo. Ciertamente, los seguros agrarios contribuyen a enjugar algo las pérdidas, y en esto son algo más fiables que las rogativas de otros tiempos, cuando el santo intercedía ante las alturas (nunca mejor dicho) bien fuera para que acabara lloviendo (ad petendam pluviam) o para que dejaba de llover. Y si no, siempre quedaba el expeditivo recurso de arrojar el santo al pilón para que anduviera más acertado en la próxima contingencia meteorológica (“...echaron el santo al río porque no quiso llover”). El campesino ha tenido más fe en su propio trabajo que en la intercesión de los santos, por muy milagreros que fueran a la hora de prevenir azotes, plagas, desgracias y calamidades en general. Cómo estaría de arraigada la tradición de las rogativas que hasta la Iglesia Anglicana, tan renuente a adoptar ritos de la Católica, permitió esta inveterada costumbre cuya paternidad algunos expertos atribuyen al obispo san Mamerto, allá por el siglo V. De estos ritos casi mágicos ya participaban los romanos, quienes confiaban a uno de sus dioses el cometido específico de la defensa y protección de animales y sembrados.

Junio, además de malo para la bolsa, ha sido un mes de destrozos. Los vendavales devastadores, las tormentas con granizadas incluidas dieron al traste en casi todas las latitudes geográficas con las cosechas que tan prometedoras parecían: viñedos en la Ribera del Duero, en Levante, y en otros lugares; frutas de temporada en Aragón y en Navarra, hortalizas machacadas por doquier. El centro peninsular también ha acusado el azote meteorológico y nuestro entorno salmantino no se ha visto libre de la ira de las nubes desbocadas y de los vientos que resecan los forrajes.

“Esto es una ruina” es uno de los lamentos más repetidos entre agricultores y ganaderos. La visión de las cosechas perdidas, de los campos anegados, de los cereales arruinados por el pedrisco, los olivos triturados, los pastizales abatidos por el vendaval, provoca lástima, solidaridad y exige de los poderes públicos esa magnanimidad que tanto han prodigado con los delincuentes del “procés”, o con los lobos de cuatro patas y otras alimañas, de dos y de cuatro, que siguen haciendo de las suyas. Menos mal que por aquí no hay osos.

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