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Es como si pudiésemos comer el miedo con cuchara. Lo tenemos hasta en la sopa. Cada gesto cotidiano ha dejado de serlo para convertirse en preventivo. Cada llamada es un tanteo. Espero que estéis todos bien. Cada decisión un cálculo de probabilidades de contagio. En aras del miedo hemos sacrificado ya, no solamente derechos y libertades consagrados por la Constitución, sino también nuestra espontaneidad y nuestra identidad. Atendiendo a la definición de la Real Academia no estamos en un estado de alarma, sino en un estado de “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño”, un daño más real que nunca. Y es sabido que una sociedad atemorizada es mucho más manipulable y sometible. Pocos individuos son capaces de racionalizar correctamente cuando tienen miedo. Pocas comunidades escapan al bloqueo.

Confirmado el miedo como una variable importante de la vida individual, social y política, aunque seguramente ha sido Hanna Arendt quien más de cerca ha relacionado el miedo y los sistemas totalitarios. Una sociedad con miedo es susceptible de ser dominada según los intereses de una élite y no de la mayoría, ha escrito más recientemente Corey Robin, que considera que es imposible hablar de un miedo democrático. Y podríamos entrar, porque las horas de confinamiento dan para mucho, en las consideraciones de Michel Foucault, que asocia el miedo a la ruptura introducida en el siglo XVII respecto a la idea cristiana de protección y salvación.

Pero una vez tomada conciencia de nuestro miedo colectivo, lo más pragmático es reírnos de lo que nos asusta. Escribía Freud en “El chiste y su relación con el inconsciente” que “el humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo”, un mecanismo de evasión y defensa. Por eso echan humo las redes sociales, las conversaciones de Whatsapp, rebosando de chistes y memes que ejercen su función de catarsis y nos devuelven a nosotros mismos. Por eso sí se puede hacer humor con el coronavirus. Por eso doy las gracias a todos los que han invertido su ingenio y su tiempo en esas bromas que me llegan al final de una larga e insospechada cadena virtual. Porque con esa carcajada somos un poco más libres. No creo que llegue un día en que recordemos esto y nos riamos, pero reír ahora es lo poco que podemos hacer para mantener la cordura.

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