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Mercadotecnia vitivinícola

Domingo, 20 de septiembre 2020, 05:00

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El exiliado español Eulalio Ferrer fue uno de los grandes innovadores del mundo de la publicidad en México. Estudió los mercados, ideó novedosas técnicas de comunicación, diseñó incontables campañas de productos y desarrolló toda una dimensión cultural del lenguaje publicitario, un lenguaje que tiene como objeto persuadir al potencial cliente y atraer su atención para que adquiera el bien o servicio que se anuncia.

Uno de los aspectos comunicativos que puede llamar nuestra atención es el entronque de los mensajes comerciales con el mundo de la cultura e incluso de la literatura. Parece como si ciertos artículos de consumo se asociaran a un determinado estatus social, como si hubiera que revestir el mensaje de un halo de glamour o de campechanía y familiaridad, según los casos.

Eso sucede en el mundo de las etiquetas de los vinos, un sector que se ha incrementado exponencialmente en las últimas décadas. No hay famoso que no se vanaglorie de tener bodega propia y explotar su marca de caldos. Es como un nuevo trampolín para la proyección social, aunque el negocio no siempre sea rentable. El mundo de las etiquetas es muy curioso. Las hay que mantienen el diseño de los viejos tiempos, botellas de toda la vida, y tanto el motivo gráfico como la marca propiamente dicha (de nombres más o menos rimbombantes) permanecen inalterables, fieles a una fórmula que ha demostrado ser exitosa a través de los años.

Últimamente abundan nuevas ofertas, empresas ávidas de colocar sus botellas en el mercado y en nuestras mesas mediante mensajes ingeniosos, desenfadados, llamativos o incluso estrambóticos, pero de indudable impacto visual. El comprador espera que el contenido responda a las expectativas generadas, algo que no siempre ocurre.

En Australia me encontré con marcas de vinos españoles que exhibían llamativas etiquetas del siguiente tenor: Las uvas de la ira (si Steinbeck levantara la cabeza), Bésame mucho (Yecla), El tocador (Cariñena) y algunos otros tan sonoros como desconocidos. Pero es que la oferta vinícola actual en España puede llegar a ser descacharrante. Veamos algunas marcas: Envidia cochina (incluye una posible traducción al inglés: The Poisonous Worm Envy), Bitch (puta en inglés), Gran cerdo (Rioja), El perro verde, Palomo cojo, De puta madre (de Rueda los tres), Con un par y Envidia cochina (Albariños), Fa un sol de carallo (Ribeiro, obviamente), MachoMan (Monastrell), Follador y Malafollá (Granada), El hombre bala y La mujer cañón (madrileños los dos), Cojón de gato y Teta de vaca (ambos de Somontano); y hablando de ubres, no podía faltar Teta de la sacristana (Almería). Y de Languedoc nos llega la perla francesa: Le vin de merde. Ingenio no falta a la hora de llamar la atención y buscar mercados. Otra cosa es que se consigan.

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