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Hace dos semanas escribía sobre el Mercado Central y sus posibilidades sociales y turísticas para Salamanca, aún sin explorar, y hoy trataré del segundo gran mercado de la ciudad, el de San Juan, cuya mejora del conjunto es aún mayor que la del Central. Veamos.
Ayer mismo visité el Mercado de San Juan, escenario de juegos de mi infancia junto a las cocheras de “Autocares Criado”, y me llevé una grata sorpresa, pues el interior apenas ha cambiado en su bella estructura y, sobre todo, en su excelente luz natural. Sin embargo, un frío supermercado comercial en la planta de calle poco favor le hace a un lugar que tendría que ser corazón de una parte de la ciudad que, al contrario que otras, está muy poblada. Este Mercado podría ser en sí mismo un elegante y pomposo punto social y comercial de una gran zona, aunque para ello hacen falta las ganas y las ideas para llevarlo a cabo, más incluso que el dinero. Pero parece que todo lo que no sea poner bordillos, radares, y rotondas, no interesa.
San Juan es en sí mismo un mercado más bonito que el Central, incluso la parte del sótano, reservada a los tradicionales puestos, es muchísimo más agradable que la de su homólogo junto a la Plaza Mayor. Pero al contrario que el Central, San Juan tiene algo con un valor añadido increíble, como son sus alrededores, y lo mejor es lo que, ¡cómo no!, está completamente abandonado: los soportales, hoy convertidos en urinario público y en lugar de reunión de gente entregada a la bebida, por definirlo de alguna manera... Cuando era niño, en esos soportales estaban la entrada principal del Mercado y dos quioscos que cumplían su función. Los soportales se ubican en la calle que siempre fue de Daoíz y Velarde, héroes de la Guerra de la Independencia, y hoy rebautizada por algún ignorante como de Velarde a secas. Lo de Daoíz a algún “catedrático” le tuvo que sonar a franquista, seguro, y se lo cargó sin más miramientos. Salamanca, ciudad de cultura y saberes...
Y no he terminado, pues el remate de San Juan vendría adecuando sus locales exteriores a los tiempos (el bar de García de Quiñones se ha reformado no hace mucho), y sobre todo dándole vida a la cubierta sobre los soportales: en ella siempre he imaginado una coqueta terraza, con sus sombrillas, sus cócteles, sus sándwiches “Club” y hasta su cine de verano... En los soportales veo puestos de flores, de frutas y hortalizas biológicas... Lo que quiero decir es lo de siempre, que lo tenemos todo y no vemos nada. Pero ya se sabe, no hay peor ciego que el que no quiere ver.
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