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Sobre el papel, mentir debería ser lo más fácil del mundo. Mucho más cómodo que ir con la verdad por delante. Pero cuando la practica de mentir se convierte en arte, cuando la trola se eleva hasta el más alto nivel, llega a ser un don. Empleado para hacer el mal, pero una especie de superpoder al fin y al cabo: el de poder mentir a la cara de seres queridos, sin ningún rubor, y que suene creíble.
Todos hemos conocido a algún mentiroso patológico a lo largo de nuestras vidas. Gente que fabrica las trolas más sorprendentes y que generalmente lo hace simplemente para darse una importancia que necesita, pero no posee: por rellenar huecos en su autoestima.
Esta semana se ha conocido el caso de Willy Valadés: un periodista deportivo de la Cadena Cope que, presuntamente, habría estafado 400.000 euros a sus compañeros y amigos —Manolo Lama, Paco González y Pepe Domingo Castaño— fingiendo sufrir un gravísimo tumor cerebral que solo podía combatirse con un caro tratamiento de protonterapia. Los periodistas de Tiempo de Juego le fueron soltando la pasta mientras que Valadés les informaba con todo detalle de la evolución del tumor, la metástasis, los efectos secundarios...
La historia ha impactado, no tanto por la cuantía de la estafa, sino por haber empleado una farsa tan cruel que hasta en el código de deshonor de los mentirosos estaría prohibido utilizar: el cáncer, la muerte, la amistad...
La jugarreta no me es del todo nueva. Hace casi 20 años, un jugador de la Unión Deportiva Salamanca protagonizó unas cuantas historias parecidas a las de Willy Valadés. En su caso le dio un giro de tuerca extra a la mentira y, en lugar de inventar estar enfermo, se lo atribuyó a su hijo, que es más rastrero aún. Con el pretexto de que el niño padecía un grave problema y necesitaba someterse a un tratamiento de urgencia consiguió ablandar el corazón de un compañero de vestuario -y además paisano suyo- para que le prestara varios miles de euros que, por supuesto, le prometía devolver en cuanto cobraran la nómina de ese mes.
Si el periodista de Cope recurrió al truco de Paco Sanz -un caradura valenciano que aprovechó su calvicie para fingir que tenía “hasta 2.000 tumores” y timar a numerosos famosos a través de redes sociales-, nuestro melenudo jugador de la extinta UDS apostó por la técnica de Fernando Blanco: el desalmado padre de Nadia Nerea que también estafó 400.000 euros exagerando la enfermedad de su hija.
Lo que sucedió en Salamanca es que fueron pasando los meses y el afligido padre no volvió a sacar el tema. Ni lo de la enfermedad del niño, ni lo del dinero que tenía que devolver, pero en el vestuario del Helmántico ya tenían la mosca detrás de la oreja porque habían calado al personaje. Era el mismo que en una cena del equipo se encargó de recoger los billetes para acercarse a pagar a la barra del restaurante y dejar la pertinente propina. “Venga vámonos, que ya está pagado”, les dijo. Semanas después, desde un conocido restaurante de la Plaza Mayor llamaron a las oficinas de la UDS para recordar que allí habían dejado sin pagar una cuantiosa cena y que alguien tendría que hacerse cargo de la factura. El recaudador de cenas, por supuesto, lo negó todo y hasta se hizo el ofendido.
Se pueden imaginar cómo terminó aquella temporada en la que dos jugadores titularísimos ni se dirigían la palabra en vestuarios, ni se pasaban el balón dentro del terreno de juego: con un descenso a Segunda B que abrió una década de penurias para la entidad y una nueva era de mentiras para el fúbol salmantino.
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