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Shirley Temple brilló como actriz infantil en el cine de los años treinta del siglo pasado. En 1935, con solo 7 años, recibió un Óscar. Su popularidad fue extraordinaria: pronto se convirtió en la estrella más taquillera de su época. Pero la fama tiene su faceta arisca. Como suele ocurrir, Shirley Temple hubo de sufrir los efectos menos agradables de la popularidad. Ya de mayor, Shirley Temple recordaba una secuela indeseada de la fama. Ella lo contaba así: “Dejé de creer en Santa Claus el día en que mi madre me llevó a verlo en unos grandes almacenes y me pidió un autógrafo. Él a mí”.

Bueno, conste que no solo Shirley Temple tuvo problemas con Santa Claus o alguno de sus heterónimos (Papá Noel, etc.). Como personaje, ‘Santa’ es rarito: su comportamiento resulta un tanto peculiar. Esa manía de entrar en las casas bajando por la chimenea le va a causar problemas el día menos pensado. Y no solo porque con esas hechuras tarde o temprano vaya a quedarse atorado en el tubo de la chimenea, y a ver quién lo saca entonces de allí.

No, no solo por esto. Dick Gregory fue en los sesenta del siglo pasado uno de los grandes activistas en el ámbito de los derechos civiles de los afroamericanos –él era afroamericano–. Gregory reflexionaba así con respecto a Santa Claus: “Nunca creí en él, porque tenía la certeza de que a ningún blanco se le ocurriría venir a mi barrio después de caer la tarde”. Buena razón para preferir a los Reyes Magos frente a Santa Claus: Baltasar no tendría dificultades para entrar de noche en el barrio de Gregory.

Puede refutarse mi razonamiento aduciendo que es apócrifa y muy tardía la asignación a cada mago de uno de los continentes conocidos en la época (Europa para Melchor, Asia para Gaspar, África para Baltasar). Vale. Pero en el Evangelio de san Mateo –el único que menciona a los Magos o Sabios– se especifica que estos procedían del este (literalmente, de donde sale el sol). Así pues, los Magos eran seguramente morenos y darían menos el cante en barrios multiétnicos. No como Santa Claus, vecino paliducho de las tierras casi polares en que habitan los samis.

Tengo otros argumentos de peso (entre ellos, uno totalmente objetivo: a mí me hacen regalos el 6 de enero, no el día de Navidad) para proclamar que donde estén los Reyes Magos, que se quite Santa Claus. Lo que no quiere decir que los Magos no tengan lo suyo: ¿a quién se le ocurre ir a ver a Herodes para contarle que venían a adorar al recién nacido rey de los judíos? Vaya trío de metepatas.

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