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Me preguntaba en esta misma página el pasado domingo dónde estaba el presidente del Gobierno, dónde se había metido para no abordar la gigantesca crisis del coronavirus. Y ha tardado poco Pedro Sánchez en dar señales de vida, que no de inteligencia ni de sensatez. Ayer mismo habló por fin en público sobre la epidemia que amenaza la vida y la economía de todos los españoles. Lo hizo protegido de los periodistas, a los que no permitió preguntas una vez más, en una intervención que sirvió para aumentar la sensación de descontrol y descoordinación del Ejecutivo socialcomunista en todo lo referente al virus.

El monólogo del Doctor Sánchez en la asamblea de ATA tuvo como pilares cuatro grandes mentiras, como cabía prever tratándose del campeón mundial del embuste. Primero tuvo la desfachatez de agradecer a los ciudadanos “su comprensión por las medidas que se están tomando” para afrontar la epidemia. Una vez más, toma por tontos a todos los españoles. No podemos comprender sus medidas, señor Sánchez, porque no ha adoptado usted hasta el momento ninguna. Las pocas iniciativas para evitar contagios habían partido hasta media tarde de ayer (la intervención del presidente se produjo por la mañana) de las comunidades autónomas. El Gobierno se había limitado a recomendar calma, tranquilidad y buenos alimentos. Eso sí, utilizando para ello al pobrecito Simón, director de Alertas Sanitarias, al que pronto declararemos santo (y mártir).

Dijo el presidente que el Ejecutivo ha venido liderando la “coordinación efectiva con todas las comunidades autónomas y ayuntamientos, con los demás países europeos y con la Organización Mundial de la Salud”. Mentira, claro. La descoordinación con las autonomías quedó en evidencia cuando ayer la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se lanzó a anunciar el cierre de todos los centros de enseñanza, por su cuenta y riesgo, y al mismo tiempo aparecía el ministro de Sanidad, Salvador Illa, a decir lo mismo, y un poco más, recomendando incluso el teletrabajo en todas las empresas ‘en riesgo’ de la capital de España que puedan ponerlo en práctica. Y en absoluto se han seguido las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud, cuyo presidente lleva días pidiendo a países con “transmisión comunitaria” (caso de España) que adopten medidas drásticas como el cierre de colegios o la suspensión de eventos multitudinarios (acabamos de celebrar, sin ninguna recomendación en contra, el multitudinario 8-M).

También anunció Sánchez un “plan de choque”, del que no dio detalles pero sí dijo que sería negociado con empresarios y sindicatos. Resulta que el plan se puso en marcha pocas horas después, sin poderlo negociar con nadie, ni con los agentes sociales ni con las autonomías. Todo improvisación y precipitación, como si el Gobierno no lo hubiera visto venir. Como si no hubiera pasado lo mismo en Italia.

También pedía en esta misma página, hace dos días, que el Gobierno adoptara medidas eficaces para evitar la propagación del coronavirus, aparte de recomendar el lavado frecuente de manos, que está muy bien, pero que resulta a todas luces insuficiente. Y hay que felicitarse de que por fin ayer el ministro Illa viera la luz y abandonara la estrategia de contención (más bien inacción) para tomar las primeras iniciativas. Puede que sea demasiado tarde, pero peor sería pasado mañana.

Tampoco se entiende por qué lo primero que hacen los políticos es suspender las clases en los colegios y universidades. No son los niños y los jóvenes los más amenazados por la epidemia ni son los centros educativos los lugares más peligrosos. Antes tendrían que restringirse las aglomeraciones (tras el 8-M tenemos las Fallas y nadie dice nada) y el transporte público, por poner solo dos ejemplos. Pero en fin, hay quien dice que estamos en buenas manos. Así pues, que sea lo que Dios quiera. Amén.

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