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Es curioso que salga a la calle la “Marea Blanca”, una movilización de protesta de personal sanitario por la mejora de sus condiciones laborales, cuando los que tendríamos que salir en manifestación somos los pacientes, que pagamos nuestros impuestos y recibimos a cambio hospitales sin suficientes médicos y sin las plazas necesarias. La pandemia tomó esta vez por sorpresa a las autoridades sanitarias, pero ¿contamos ya con el número de camas UCI que hará falta en la siguiente crisis? En atención primaria no disponemos de un médico fijo, que conozca nuestro historial y esté familiarizado con los antecedentes familiares, base de todo diagnóstico. Y se nos somete a listas de espera, cuando en la declaración de la renta ya hemos pagado por anticipado ese servicio y no hemos podido retrasar el pago ni un solo día bajo amenaza de embargo. Se parece demasiado a una estafa, aunque en realidad sea prepotencia estatal. Nos tratan como a idiotas. Nos venden que la calidad del sistema sanitario se mide por la calidad del empleo de sus trabajadores, en lugar de por la calidad del servicio que reciben los usuarios. Y para evitar que tengamos referencias con las que comparar, amagan ahora con eliminar los conciertos con la sanidad privada. Nos quieren ciegos y sordos.

Todo apunta, además, a que vamos a peor. Para muestra el botón de la actitud de las nuevas hornadas de médicos, que han dejado 217 plazas vacantes en la última convocatoria, a sabiendas de que condenan a los habitantes de los pueblos a quedar sin atención primaria. Alguien debería dar explicaciones sobre cómo es posible que estos chavales hayan pasado por la Universidad sin haber escuchado hablar del juramento hipocrático: “No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”. Y alguien debería explicar por qué después de rechazar una plaza los presuntos médicos no son expulsados del sistema de adjudicación. Si hay un motivo por el que salir a la calle en son de protesta es la defensa del derecho a la Sanidad de esas poblaciones rurales, a menudo muy envejecidas, a las que estos dizque galenos desprecian y discriminan. Quien rechaza una plaza en la que empezar a curar enfermos, aunque no sea la plaza de sus sueños, no es un médico, por mucho título que atesore y mucha orla que cuelgue en la pared. Y si el sistema sanitario no es capaz de hacer prevalecer el servicio público por encima de los intereses personales, es que está fallando desde la base.

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