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La Nochevieja Universitaria me pilló en Madrid en una jornada de ira o sobreactuación en el Congreso de los Diputados. Entrada la noche, cerca de la madrugada, los periodistas aún hacían guardia en la Carrera de San Jerónimo y en los restaurantes cercanos al Parlamento se hablaba en tono alto. Un antiguo alumno de la Universidad de Salamanca me preguntó qué pensaría Francisco Tomás y Valiente de todo lo que había pasado aquella tarde, que en parte le había vaticinado a la diputada María Jesús Moro hace siete días aquí mismo. Lío, mucho lio, y más que vendrá. Aquella tarde, mientras la tormenta descargaba en el altar de la soberanía popular, en el Liceo se entregaban las medallas de oro a Donantes de Sangre y al Casino de Salamanca, al que describió el alcalde como la red social más antigua de la Historia. Añado que con el permiso de las tabernas. Los casinos fueron cosa de “señores” y de ahí que en algunos lugares se abrieran casinos obreros, como en Candelario o Béjar, al tiempo que los socialistas abrían sus casas del pueblo. Me gustó esa descripción de Carlos García Carbayo, que es cierta porque los casinos eran puntos de encuentro y debate, en los que las cosas podían llegar muy lejos, incluidos disparos y expulsiones injustas. Diego Martín Veloz y Miguel de Unamuno son los protagonistas de esas historias. Dos medallas justas y quizás aprobadas un poco tarde, pero, concedidas al fin y al cabo. Con el presidente del Casino, Pedro Méndez, coincidí la víspera en el edificio histórico de la Universidad de Salamanca, que concedía su medalla de oro a la Academia de Medicina y recibió Francisco Lozano en condición de presidente. A su lado tenía dos presidentes de honor, José Ángel García Rodríguez y Juan Antonio González González, y más allá a algunas autoridades académicas como David Díaz, vicerrector de Profesorado; Javier González, de Economía y Nicolás Rodríguez, de postgrado; también Rosa López, decana de Traducción, el exrector Enrique Battaner, el director del IBSAL Rogelio Sarmiento, o la subdelegada del Gobierno, Encarnación Pérez, entre otras personalidades. Antes del acto pegué la hebra un rato con la doctora Mari Carmen Sáenz de cuestiones navideñas y también con el rector, Ricardo Rivero, a propósito de la Ley de Universidades, que podría aprobarse el día de la Lotería de Navidad. El calendario legislativo tiene estas cosas. Fue un acto sencillo, emocionante y justo porque se habló de muchas décadas de Academia y un profundo vínculo con la Universidad. No puede estar en el acto del Liceo, pero me han contado que fue sobre todo solemne.

Hoy tiene lugar el Día del Guardia Urbano, cita solidaria de los propietarios de coches antiguos –algunos de estos son contemporáneos míos—con las Hermanitas de los Pobres. Una cita en la juega un papel importante el Museo de Historia de la Automoción, que no tendríamos sin la figura de aquel gran coleccionista y Medalla de Oro de Salamanca que fue Demetrio Gómez Planche. Don Deme habría cumplido hace unos meses cien años y en unos días sería su santo. Desde hace poco, además del museo, queda para siempre en la piel de la ciudad su recuerdo en forma de inscripción en la que fue su casa, en Monroy, a la que fui en alguna ocasión a molestarle y en una a hacerle un regalo: la primera Guía Michelín en español, que encontré en una librería de antiguo. Allí venía cómo reparar una rueda o dónde repostar en la Salamanca de los años veinte. Si le hubiese regalado un Hispano Suiza no le habría hecho más ilusión tal era la pasión no solo por los coches sino por la automoción histórica en general. Cien años. De este día siempre me trae espléndidos recuerdos ese guardia urbano vestido como los de mi infancia, que estos días recibían regalos en el altillo desde donde dirigían el tráfico.

En Madrid veo con cierta envidia la cartelería que anuncia dónde comenzó el Motín de Esquilache o donde tuvo lugar la primera proyección de cine, y me pregunto si algún día también podremos presumir, por ejemplo, de haber tenido en la Plaza Mayor el Mesón de la Solana, del “Lazarillo”.

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