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Y después, lo bien que nos retratan las mascarillas. En primer lugar, a quien decide pasar de ellas. Ese desinformado que desconoce que especialmente en espacios cerrados puede ser un método eficaz de propagación del virus o ese desaprensivo, que aun sabiéndolo, se arriesga por voluntad propia a no utilizarlas. Dentro de esta última categoría, tenemos al egoísta a quien la salud de los demás le importa lo justo, o al abiertamente autodestructivo y con tendencias suicidas que no las usa creyendo que de esta forma sólo se perjudica a sí mismo.

Entre los dóciles y prudentes que las usan, distingamos: existe el experto que acierta a ponérselas a la primera y el torpe que necesita un par de intentos fallidos antes de finiquitar con éxito la operación. Y dentro de este pelotón de seres a los que la naturaleza no dotó del don de la desenvoltura, contabilicemos a los que se la colocan en la cabeza a modo de sombrero, los que se la acomodan por encima de la nariz a modo de anteojos o los que incluso se las colocan de corbata o babero, como hemos visto a algunas autoridades en YouTube.

Ciñéndonos al personal que ha salido perfectamente enmascarillado, de nuevo se nos abre un amplio y riquísimo abanico de personalidades que van desde el personal más simple y despreocupado que se ha agenciado un lote de mascarillas desechables al hipocondríaco que encontró online un sofisticadísimo y completo equipo más propio de quien se dispone a explorar la luna o peinar el fondo de los océanos que quien se acerca, como es el caso, a comprar el pan y el periódico al quiosco de la esquina.

Busquen en medio de estas dos tipologías, ese paisanaje variopinto que llena nuestras calles de colorido y miscelánea y que va del manitas que se la fabricó recortando una vieja sábana al apasionado por las últimas tendencias de la moda que no pudo menos de aprovechar la circunstancia para mostrar su pericia con el diseño de alta costura aunque a la hora de la verdad, el artilugio venga a apartarse un poco de las normas que establecen la oportuna homologación. “Antes muerta que sencilla”.

Y usted, amigo lector, ¿a cuál de estas categorías pertenece? Confiese.

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