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No recuerdo bien quién me lo dijo; sí me acuerdo de lo que me dijo: “Nosotros ya no tenemos hijos, ni nietos, ni siquiera cuñados. Tenemos madrileños”. Con ese ‘nosotros’ mi interlocutor se refería a casos como el suyo: era un cincuentón, dicho sea con todos los respetos. Los respetos que merece esa edad, como advertía el boliviano Pedro Camacho, personaje singular de aquella novelita titulada ‘La tía Julia y el escribidor’, publicada en 1977 por su autor, Vargas Llosa. Pedro Camacho insistía casi machaconamente en que los 50 eran ‘la flor de la edad’. Aunque no voy a discutirlo, anoto que debe repararse en que abundan los argumentos para apoyar a Camacho: a los 57 años, Carlos Sainz ha vencido por tercera vez en el rally Dakar.

Pues bien, es la gente de esas edades la que ya, en vez de tener hijos, nietos, sobrinos, cuñados, tiene madrileños. Se nos han ido (se nos han ido yendo) poco a poco, en busca de oportunidades de trabajo en lugares que denomino abusivamente (por antonomasia) ‘Madrid’: un ‘Madrid’ que a veces se llama realmente Barcelona, o Palma de Mallorca, o Londres, o Ciudad de México, o Bogotá. En estos casos, las cifras son tan duras como transparentes, Las publicaba hace unos días ‘LA GACETA’: en los últimos 18 años, Salamanca ha perdido más de 32.000 ciudadanos de entre 18 y 35 años. El diario salmantino apunta que una parte relevante de esa merma de gente joven debe explicarse, al menos en parte, por el alarmante descenso de la natalidad, un fenómeno no exclusivo de nuestra ciudad y país. Es el caso de China, nada menos. Su Oficina Nacional de Estadísticas avisa de que la tasa de natalidad ha bajado por tercer año consecutivo, a pesar de que la ‘política del hijo único’ se acabó ya hace tiempo.

Lo realmente turbador en Salamanca no es solo que tanta gente escape de nuestra ciudad o zona: lo inquietante es que los que se van son en muchos casos jóvenes formados entre nosotros. No solo se pierde población: se pierde la población con más iniciativa y preparación.

Intento terminar de manera más ligera esta columna: me dispongo a buscar alguna parte buena en estos datos. Estoy a punto de rendirme cuando se me ocurre recurrir a una falacia: mal de muchos, ya se sabe. Peor están, si cabe, en otras zonas cercanas. Felizmente, el paisaje humano de Salamanca reúne rasgos juveniles y universitarios. El segmento de edad que va desde los 18 a los 22 años colma la ciudad nueve meses al año y hace bajar la media de edad en nuestras calles. Menos mal.

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