Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

He colgado un crespón negro en el balcón y mis vecinos se han alarmado. Ya les he aclarado que estamos todos bien, gracias a Dios, y que si estoy de luto es por España. En realidad llevo de luto desde el 14 de marzo, cuando con 6.000 infectados y unos 200 fallecidos el Gobierno decretó el estado de alarma. Aquellos 200 eran ya más que suficientes para hacerme sentir el desconsuelo y la gestión de la crisis tomaba ya el camino de la aflicción. De hecho, si no he salido a aplaudir a las ocho no era porque no apoyase a los sanitarios, nada más lejos, sino porque con tanto sanitario infectado, van ya por los 90.000, y con tanto drama familiar como su situación acarrea, no tenía yo ánimo para expresión de afecto tan festiva, con la música de fondo. Me consta que salía todo el mundo a aplaudir con buenas intenciones, pero pensando que algunos vecinos habrían perdido ya a familiares, con el paso de las semanas se me hacía algo grotesco cantarles el “Resistiré”, como en un esperpento de Valle Inclán. Y cuando lograba sobreponerme, volvía Simón con sus datos mortuorios, más que un goteo diario, una riada, y volvía yo a la sensación de duelo, que a falta de muertos, porque no se nos ha permitido visualizarlos, cobraba un matiz de irrealidad.

Por eso, aunque tardío, considero apropiado y me sumo a este luto oficial de diez días de duración, el más largo de nuestra democracia. O quizá deberíamos decir democracia, porque las emociones pesan más por momentos en la estrategia de gestión que los principios constitucionales. Se le ha caído por el camino de la crisis a nuestra democracia la d, la d de definición, de deliberación, de denominador común y en algunos puntos hasta de decencia. Hoy estoy de duelo, no solamente por la cifra corregida de fallecidos, sino también por el coronel Pérez de los Cobos, por el descrédito internacional causado por el aborto de cuarentena obligatoria para viajeros, por el avance de una crisis económica que se cobrará también muchas vidas y esperanzas y por un parlamento convertido en un zoco de bajezas. No hay negro para tanto luto.

Los psicólogos nos enseñan que el luto sano consta de cinco fases. Fase cero: negación, un aplazamiento del dolor. Fase 1: enfado, rabia que ha de ser manifestada. Fase 2: negociación, momento en que se fantasea con revertir la situación pactando con quien haga falta. Fase 3: miedo o depresión, en la que impera la tristeza, la incertidumbre ante el futuro, el vacío y el dolor. Y finalmente Fase 4: aceptación de que la pérdida forma parte de la vida. En su día asumimos que nuestros hijos vivirían peor que nosotros, hoy hemos de asumir la indefensión sanitaria y las colas del hambre, que inician su escalada.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios