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A estas alturas del “partido” yo solamente creo en Dios, en el Amor, y en el motocross, por lo que cualquier cosa que se salga de estos “parámetros” (muy amplios, por cierto) lo considero un “bonus track” que me ofrece nuestra querida y exhausta civilización. Y un balón de oxígeno para seguir creyendo en la cordura del ser humano es lo que me dio Albert Rivera el lunes al anunciar su oferta constitucionalista a Pedro Sánchez para, con su abstención y junto al PP, facilitar la investidura del candidato socialista a la presidencia del Gobierno y así desbloquear una situación impropia de una democracia estable y madura, por un lado, y, por otro, evitar unas nuevas elecciones que no harían otra cosa que generar más gasto, más tensión, y más hartazgo en un electorado incrédulo y asqueado del sistema que nos gastamos. De una democracia saludable y ejemplar hemos pasado a un vodevil reaccionario y oligofrénico.

Por fin, y lo digo por Rivera, alguien “me lee” y me hace caso, pues llevo clamando en mi desierto de papel que la salida más responsable y democrática a la situación política que vivimos es que PP y Ciudadanos se abstengan para dejar gobernar al candidato más votado. Una cosa es que Pedro Sánchez nos parezca un completo inútil y sus ministros unos “marcianos”, y otra, ¡atención!, la democracia. A ver si también “me leen” los ingleses y acaban convocando un nuevo referéndum que disuelva el maldito “Brexit” y devuelva la estabilidad social y democrática (el primer referéndum fue un atraco populista) al Reino Unido, y con él al resto de los que nos sentimos europeos y parte de ese gran proyecto llamado UE.

Dicho lo dicho, me siento feliz de que Albert Rivera haya dado un pasito adelante, con unas condiciones del todo razonables (y del todo democráticas y necesarias), para proponer lo que es justo, lo que tendría que ser lo normal, lo avanzado, lo responsable: la estabilidad del país, de sus ciudadanos, de su economía. A ver si sirve para algo. De momento para que recapacitemos, que falta nos hace.

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