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A estas alturas no sabemos muy bien si Europa sigue siendo el ideal democrático de libertad, dignidad e igualdad tantas veces preconizado o si, por el contrario, se encuentra en una lenta deriva hacia el crepúsculo de una comunidad de valores compartidos. El nuevo concepto de Europa –sin remontarnos a su trayectoria desde la civilización greco-romana— se levantó sobre el pedestal de escombros dejado por las dos guerras mundiales que asolaron su territorio.

Desde la perspectiva española, el hálito vital europeo alimentó nuestras ansias de pertenecer a esa colectividad desde los inicios de la Transición, porque muy bien sabíamos que mientras durara la dictadura el camino europeo nos estaba vedado. Es verdad que el aislacionismo de nuestro país fue parte del precio que tuvimos que pagar por una guerra incivil en la que, dicho sea de paso, varios de los países que ahora constituyen la esencia europea hicieron la vista gorda cuando pudieron haber ayudado al gobierno de la República. Las políticas de no intervencionismo dejaron las manos libres para que otras potencias actuaran con libertad en el suelo patrio. De ahí el lamento de Alberti ante esa pasividad, cuando en su poema “Europa y el caracol” escribía: “Huyendo de la paz marchóse Europa, / quien por no darnos crédito a los ojos / no quiso compartir nuestros enojos / ni con nadar ni con guardar la ropa”.

España abrazó con ilusión la Unión Europea en 1985 y, dígase lo que se diga, la entrada en los distintos organismos representó una gran oportunidad de progreso. Las cosas funcionaron razonablemente bien a pesar de los vaivenes y vacilaciones de los británicos que acaban de dar la espantada final. Mientras tanto, y como consecuencia de la caída del Muro, una serie de naciones –las llamadas “democracias emergentes” liberadas del yugo soviético— se apresuraron a llamar a la puerta de una Europa generosa que se las abrió de par en par. Si España hubo de pasar por numerosos filtros y requisitos, a estos nuevos países se les allanó el camino. Todo fueron facilidades con tal de alejarlos de la órbita rusa. Pero a partir de ahí comenzaron a chirriar los engranajes.

Para analizar el fenómeno europeo a través de sus valores, identidades e incertidumbres, ha tenido lugar un ciclo de conferencias en el teatro Liceo. La organización corrió a cargo de Alumni USAL, Cultural Barbalos y Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Intervinieron como ponentes Marcelino Oreja, Ricardo de Luis Carballada y Luis Norberto González Alonso. A la luz de sus magistrales enseñanzas se abordó el pasado, el presente y, sobre todo, el futuro de ese complejo espacio que llamamos Europa, y se analizaron los valores que, a pesar de crisis y sobresaltos geopolíticos, constituyen nuestras irrenunciables señas de identidad.

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