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Cuando te entregan la cartera del Ministerio de Inacción con una herencia de 17 planes diferentes para luchar contra el coronavirus, sin reservas de vacunas y un sistema sanitario al borde del colapso, lo normal es llevarse las manos a la cabeza. Y si encima tu antecesor en el cargo te suelta en ese momento, sin sonrojo alguno, “Carolina, yo creo que vas a disfrutar...” es como para echarse a temblar.

Pero la nueva ministra tiene la lección bien aprendida. Un paseo por el Twitter de Carolina Darias desde su puesta de largo al frente de su paralítico ministerio nos da una idea de cuál va a ser su papel durante los próximos meses. En sus mensajes solo se conjuga un verbo: vacunar.

Da igual que los hospitales y sus ucis estén a reventar, no importa que a diario se notifique el fallecimiento de medio millar de personas por el virus, resulta irrelevante que los españoles llevemos casi un año confinados o a medio confinar. Aquí solo hay que hablar de vacunación.

Y así, en su primera reunión con los consejeros de las comunidades autónomas tras abrir la cartera del Ministerio de la Incuria, su única propuesta fue “reforzar” los principios éticos del plan de vacunación, es decir, animar a las regiones a que cacen a los jetas que se han colado y se han puesto la primera dosis con la excusa de que sobraba “un culín”. Por contra, prefirió limpiarse la cera de los oídos con el grito desesperado de la mayoría de las comunidades que reclamaban y siguen demandando una modificación del estado de alarma con herramientas jurídicas suficientes para luchar contra el virus. Y cuando le hablaron de la más que probable explosión de la cepa británica en nuestro país durante las próximas semanas, que atemoriza a todos los expertos, prefirió mirar para otro lado y silbar.

No le faltaba razón a nuestro desaparecido presidente cuando dijo que esta canariona era el “relevo natural” de Illa. Y no será porque no conozca al COVID de primera mano. Fue una de las ministras que se infectó tras la manifestación del 8-M. Un mes estuvo confinada. Además, posee más conocimientos de los entresijos de las administraciones local, autonómica y estatal que la mayor parte de los candidatos a la presidencia del Gobierno y que su propio jefe incluso. Ahí está su larga trayectoria como concejala, delegada del Gobierno, diputada regional y portavoz de la comisión de Sanidad en Canarias, presidenta del Parlamento isleño, consejera de Economía, ministra de Política Territorial y Función Pública... Un envidiable currículum de gestión puesto al servicio de... “lo que diga Pedro Sánchez”.

No va a ser necesario que pasen los cien días de gracia para darnos cuenta de cuál va a ser su principal cometido: aplacar a las comunidades autónomas y esperar a que pase el chaparrón para que el Gobierno se marque el tanto de la vacunación. Para ello, “la cogobernanza es el camino”, ha dicho. Un palabro de esos que gustan a Iván Redondo y que, en estos momentos, recuerda a la comedia palatina de Lope de Vega “El perro del hortelano”, que ni come ni deja comer.

Ante esta alarmante situación, Francisco Igea, el vicepresidente de una de las pocas autonomías díscolas hasta los tribunales en esta pandemia, la nuestra, espetó: “O gobiernan o nos dejan gobernar”.

No le faltaba razón. Porque el Gobierno central, con su presidente y su ministra de Sanidad a la cabeza, parecen instalados en los mundos de Yupi, aquel extraterrestre que nunca llegó a sustituir a Espinete en el corazón de los niños de finales de los ochenta, y que estaba literalmente en la inopia.

O al menos es lo que nos quieren hacer creer: que aquí no pasa nada, que los ataúdes de los muertos no existen, que las colas del hambre son cortas, que los negocios tienen la trapa bajada por vacaciones, que la postura más razonable es aguantar con la mascarilla puesta y el brazo descubierto a que te llegue el turno de la vacuna... Me niego ante tanta indolencia.

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