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Desde el 14 de mayo de 1954 el Hotel Monterrey compitió con el Gran Hotel por los famosos que venían a Salamanca. Curiosamente, ambos terminaron en las mismas manos. Cuando se inauguró, entonces, el “Monterrey” contaba con más modernidades que su rival. Detrás de su construcción hubo nombres claves del sector en Salamanca: González del Rey, Hijos de Arsenio Andrés, Cortés, Rafa Diz, Hijos de Segismundo Andrés, Emeterio Rodríguez, Cristino Hernández, Eroteides Cascajo, Orencio Hernández, Hijos de Jesús Pérez de la Fuente... bajo la dirección del arquitecto Francisco Gil. Las esculturas y relieves de la fachada son de Damián Villar y los cuadros interiores de Manuel Gracia. Ojo. Uno, además, tiene hacia el hotel una consideración especial porque en uno de sus sofás Camilo José Cela me dijo que hay dos ciudades en España, Santiago y Salamanca, y que el resto son campamentos cuyo desmontaje no llamaría la atención. Exagerado, sin duda, pero don Camilo era así. Hace algo más de un año, José Sacristán, en línea, dijo que a Salamanca no se viene, se peregrina. No le digo que lo mejore, solo que lo iguale. Con ambas citas me quedo. El Monterrey, lánguido en los últimos tiempos, va camino de convertirse en garaje por abajo y viviendas por arriba, en una nueva etapa de su vida, quizá como metáfora de esa nueva Salamanca que esperamos tras la pandemia.
Y mañana, aún en pandemia y en jaque por los contagios, es Lunes de Aguas, aunque debiera ser de vino, según el salmantino Francisco Fernández Villegas en la revista “Alrededor del Mundo” en 1902. El mismo que años antes, en el libro “Salamanca a fondo”, relataba que el Lunes de Aguas el personal comía algo parecido al relleno del cocido y no mencionaba al hornazo, que nos sigue guardando celosamente muchos secretos, al igual que el propio Lunes de Aguas o “día de pasar las aguas”, que escribió en su diario el estudiante Girolamo da Somnaia (1573-1635), aficionado a las putas. ¿Eran estas las que pasaban las aguas? Parece que José Iglesias de la Casa, Poeta Iglesias, (1748-1791) decía que pasaban por el puente tras el obligado retiro cuaresmal, escuchaban un oficio en la catedral y regresaban al tajo, en este caso al tálamo, y al aislamiento en la Casa de la Mancebía. José Sánchez Rojas en su “Sensaciones de Salamanca” (1932) alude al conocido episodio de las barcas remontando las aguas desde Tejares a la ciudad, que ha llegado a hoy. ¿Qué relato haría en 1928 la desaparecida zarzuela de Julián de Torresano sobre esta fiesta? Seguro que comerían sus protagonistas hornazo al modo de hoy. El riquísimo hornazo edredón albercano; el hojaldrado y dulzón de Alba; el contundente y elegante capitalino, el delicado y anisado hornazo bejarano; el embolsado de Miranda y otros caseríos serranos; el altote de Villavieja y el fino arribereño de Mieza o Villarino... Será por hornazos.
El ya citado Cela, don Camilo, comparaba en un escrito al hornazo con una galerna, y los dietistas no han encontrado mejor símil para el hornazo, santo y seña de los días de Pascua, obsequio, reliquia gastronómica, estandarte de la gastronomía salmantina, objeto de devoción y algún que otro rechazo, icono de la fiesta que ocupaba nuestro Tormes, desde La Aldehuela de Meléndez Valdés, al Tejares de Lázaro, pasando por la Huerta Otea del “Castigo”, el Arrabal de la “Mancebía” y el siempre presente Puente Viejo. Hornazo para celebrar que Ana Pastor y Susana Marcos ya son socios de honor de Alumni-Usal, y que no le falte a nuestra añorada Josefina Cuesta a donde haya llevado sus causas.
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