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Probablemente haya por ahí algún lector que estos días se sorprenda pensando que toda esa pasta gansa que los partidos políticos se gastan sin excepción y con mucha alegría empapelando todos los rincones de nuestros pueblos y ciudades con las caras de sus candidatos es un colosal derroche de dinero.

Pues bien, nada más lejos de la realidad. El inteligente y perspicaz votante, el instruido y cortés elector considerado ejemplar por nuestra clase política, el buen demócrata en suma, en un ejercicio de sensatez y responsabilidad que afortunadamente ha detectado nuestro sistema electoral, asume este disparate de retratos propagandísticos porque necesita para despejar cualquier duda y salir de la permanente indecisión contemplar las jetas de los candidatos en los carteles pegados por todas las paredes, verle presidir las marquesinas y ocupar los paneles publicitarios. ¿De qué otra forma podríamos tener datos para saber quién debe estar al volante durante los próximos cuatro años?

Sin estos ególatras posters a tamaño gigante, reconozcamos que estamos perdidos y tremendamente despistados. Es comprensible, por lo tanto, que en algunas localidades, la misma noche de la pegada de carteles terminen en auténticas trifulcas y hasta algún concejal con traumatismo craneoencefálico, como este año sucedió en Alcorcón, cuando a algún currito del partido se le ocurrió pegar un cartel de su líder tapando las gracias del candidato que unos minutos antes habían colocado sus adversarios.

La permanente cháchara de estos candidatos en los programas radiofónicos, su omnipresencia en los inevitables debates televisivos, las cartas con que a diario inundan nuestros buzones, los folletos que nos reparten por las calles o esas mesas informativas desde las que explican a los viandantes sus programas, no son más que información supletoria y escasa. Lo trascendente son estos magníficos carteles con sus morros a tamaño XXL presidiendo nuestros edificios, red de carreteras, parques y avenidas.

Llegada la jornada de reflexión, por consiguiente, el inteligente y responsable votante debe acercarse diligentemente a la cartelería para tomar buena nota y analizar concienzudamente durante un par de horas sus gestos y expresiones, sonrisa, ojos, frente, nariz, mentón, mandíbula o cabello para que nuestro privilegiado cerebro capte toda la información política fidedigna y honesta que estos rostros sean capaz de transmitirnos. Así que no se engañen. Sólo después de esto, podremos emitir nuestro voto con autoridad, juicio y madurez. Qué curiosa la vida.

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