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Los afectos

Miércoles, 15 de enero 2020, 04:00

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Y ahora qué hacemos después de estos días festivos con nuestra despensa de afectos más llena que nunca, con las risas familiares zapateando nuestros corazones; con el vértigo en la retina ante la vuelta de los seres queridos y los devastadores efectos de sus despedidas? ¿Dónde verter todas las emociones acumuladas por el capricho del calendario y la cercanía?

Todo es, impostado o no, intenso en Navidad y su ritual se pega a nosotros como una lluvia fina contra la que es inútil protegerse. En el rompeolas de su liturgia, naufragan hasta los espíritus más fuertes domados por una mezcla de reticente nostalgia y de presente descreído avivado por la costumbre y el recuerdo de cada casa en una ceremonia continuada de verse, darse, quizá con menos ahínco según avanzan los años.

Y cada diciembre piensas que no quieres más. Y das algunos pasos hacia atrás pero acabas desplegando, inexplicable e irracionalmente, una zancada de gigante hacia delante y te sumerges en todo lo que este tiempo significa. Probablemente, por si acaso -para ti que hoy lo tienes casi todo- llega un día en que las dificultades de vivir te impidan percibir la fortuna de estos días.

Y nuestra experiencia nos avisa de que ese momento quizá sea así. Y que los sitios a la mesa ocupados por sus moradores habituales empiezan a fallar y se han desvanecido en el recuerdo. Nuestras vidas se vacían de quienes las alimentaron y van avanzando, más despobladas de la presencia de padres, hijos, parejas o hermanos. Faltan nombres, gestos, caricias y voces en nuestras mesas. Convertidos en rostros que vigilan desde las fotografías que conforman el bosque del recuerdo familiar. Y nos abrasamos, a la vez, con el sol y la nieve de nuestra infancia en cada Navidad.

Pagamos los excesos a la mesa, y no me refiero a los que se saldan con la comida y bebida extraordinaria, sino la sobredosis de presencia de quienes queremos. Salimos un poco maltrechos a nuestros quehaceres cotidianos después de comprobarnos vivos en nuestras canciones, en nuestros besos. Y sentir lo poco que nos vemos, nosotros que crecimos juntos.

Siempre es posible elegir entre ser espectador o protagonista incluso de un tiempo como este en el que la soledad convencida se extiende por los cuartos de estar y se mezcla con la soledad forzosa oculta bajo las arrugas y el olvido.

Yo no sé si es que la edad me está ablandando... pero a mí esta Navidad me ha gustado. Me ha envenenado de ganas de vivir y me ha llenado de risas y afectos. Me ha devuelto nuevos rostros, nuevas voces, a mis sitios vacíos. Y espero tanto del 2020 que lo hemos recibido entre amigos dos veces. Dice mi horóscopo que este va a ser un año de renacer. Me estoy transformando en una adolescente cincuentañera que da likes a la Navidad. Uf... Insoportable.

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