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Desde el principio mismo del “confinamiento”, eufemismo que esconde haber puesto nuestra libertad y nuestra democracia en un campo de concentración en el que imploramos por mascarillas, los agoreros del apocalipsis no han parado de advertirnos con artes de vudú que, después del Covid-19, nada será igual en nuestra vidas, en nuestra sociedad, que nos relacionaremos de otra manera, que comeremos, trabajaremos, estudiaremos, y que nos moveremos de otra manera; no han parado de decirnos que seremos chinos, prisioneros de un Poder totalitario que aquí encarnan perfectamente Sánchez e Iglesias. Todos chinos, la neurona única.

Pues no, no teman: después del Covid-19 seremos nosotros, será usted y los suyos, serán nuestras vidas de nuevo, con nuestros mismos anhelos y miserias. Seguiremos, pues Occidente lo lleva en su ADN, tratando de innovar —no de copiar—, de avanzar, de hacer las democracias más sólidas, de construir sociedades más justas y avanzadas, e individuos más libres. Occidente no puede avergonzarse de haber inventado la Libertad y el sistema que la sostiene (incluido el capitalismo), y mucho menos avergonzarse frente a sus verdugos: el comunismo, el nazismo, el nacionalismo, o esta panda de progres “typical Spanish” que no han dado un palo al agua en su vida, y vuelvo a Sánchez y a Iglesias, pero puedo seguir por todos los ministerios, por el Congreso y el Senado, por todas las autonomías y por todos los ayuntamientos. Son ellos, están ahí, y lo mejor que ha traído este (puto) virus chino es que todos, salvo los chupatintas que viven de ello y de ellos, nos hemos dado cuenta de que la esquizofrenia nos gobierna. Nada volverá a ser como antes, es cierto: las elecciones no volverán a ser una fila de borregos camino del cadalso electoral. Muchos ya saben hoy que un voto no es una persona. Un voto es un tesoro que no puede regalarse alegremente al primer desalmando que se ha hecho hueco en una lista electoral por sus puñaladas o por sus habilidades como lameculos. Bienvenidos al Siglo XXI, segunda parte.

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