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La ministra Laya es un peligro público. No es solo que le falte la más elemental formación diplomática, es que le falta un hervor. Decir, como aseguró ayer, que no supone una agresión a Marruecos el haber recibido en secreto, con un pasaporte falsificado y después de haber sido rechazado en otros países, al líder del Frente Polisario, supone un desconocimiento supino de las relaciones entre España y el reino alauí. Sabrá mucho de derecho comercial y quizás debería utilizarla Sánchez para vender su plan España 2050 a los chinos (como buen cuento de la factoría Ilusiones Redondo), pero en Exteriores pinta menos que Santiago Abascal dirigiendo el Centro de Ayuda al Inmigrante.

Además de mandar al Ejército y asegurar que defenderá la españolidad de Ceuta (solo faltaría), la primera medida urgente que debe adoptar Sánchez en medio de esta alarmante crisis internacional pasa por la destitución urgente de la ministra. No la mandará a paseo, como debiera, porque Laya no hace sino seguir los dictados de Su Sanchidad, cuya política errática en Exteriores está llevando a España a la insignificancia.

Por supuesto que la agresión del monarca marroquí es inaceptable, pero apoyar al Gobierno en la defensa de los intereses de España en Ceuta, Melilla y Canarias frente a la rapiña de Mohamed VI no implica esconder los gravísimos errores del Ejecutivo socialcomunista, que no justifican pero sí explican la utilización de la avalancha humana para chantajear a nuestro país.

Desde que Sánchez decidió prescindir de la tradicional primera visita oficial a Marruecos, desde que permitió al maligno vicepresidente Coletas defender al Frente Polisario, enemigo número uno de la monarquía alauí ,y pedir un referéndum sobre la independencia del Sáhara, desde mandó hasta en tres viajes al ministro Marlaska estrechar las relaciones con Argelia (el otro enemigo visceral de Marruecos), y desde que acogió al impresentable líder del Polisario Brahim Galli, la respuesta airada y contundente de Mohamed VI se veía venir. Es una agresión inaceptable el haber permitido dos días de invasión, pero quien siembra vientos recoge tempestades. Así de crudo.

De esta forma, sumando la crisis provocada por la invasión marroquí, ya no queda ámbito donde el sanchismo no haya provocado el desastre. La salud, la economía, el empleo, la unidad de la nación, la separación de poderes... todo cuanto toca nuestro amado presidente entra en zona de peligro o directamente salta por los aires.

Ocurre que en ocasiones los juegos malabares, el marketing, la construcción de un relato atractivo, el postureo y la impostada superioridad moral de la izquierda no sirven, no funcionan. Sobre todo cuando España se enfrenta a problemas reales, a una avalancha, una invasión, unos miles de jóvenes y niños que llegan a nuestras playas tras ser enviados a la aventura o la muerte por su rey. Ya puede Iván Redondo envolver la crisis con mil lazos de colores y buscar el mejor perfil de Sánchez acudiendo al rescate de los españoles de Ceuta, que las patadas a la berlina presidencial y los abucheos a Su Sanchidad no admiten más que una interpretación evidente: la metedura de pata es monumental.

Aunque la cosecha viene tardía, el inquilino de La Moncloa comienza a recoger los frutos de lo sembrado cuando formó un Gobierno con la escoria más dañina del arco parlamentario: comunistas, proetarras, separatistas y golpistas. Durante dos largos años el árbol ha ido creciendo como una hidra de siete cabezas y pudo ofrecer en algún momento la ilusión de que daría peras, pero el olmo del sanchismo solo da problemas.

Y ahora a Sánchez se le acumulan los disgustos. Como diría su fiel ministro portamaletas Ábalos, la legislatura comienza ahora. De hecho, las elecciones en Madrid supusieron el pistoletazo de salida a esta legislatura convertida en calvario para el presidente y sus veintitantos vicepresidentes y ministros. Lo de Ceuta es solo un síntoma de la decrepitud galopante del sanchismo.

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