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El pasado jueves la Academia Sueca dio a conocer el Premio Nobel de Literatura correspondiente al año 2020. En esta ocasión, la agraciada con el máximo honor y con casi un millón de euros fue la escritora norteamericana Louise Glück, poeta y profesora universitaria, cuya obra es conocida en España –nunca lo suficiente, porque aquí leemos poca poesía—. Lo más relevante de esta autora ha sido traducido a nuestra lengua y está publicado en editoriales de prestigio.

El Premio Nobel en sus distintas variedades honra y reconoce a quienes se han distinguido en los diferentes campos del saber. Por su propia naturaleza y por el aura que proporciona ha sido tradicionalmente objeto de divergentes opiniones y de acaloradas polémicas. En España solamente hemos tenido ocho agraciados, contando con que Vargas Llosa tiene pasaporte español. De ellos, seis en el campo de la Literatura y dos en Medicina. A un tris estuvimos de que Unamuno recibiera el suyo en 1935, pero no llegó a alcanzarlo, entre otras cosas, por haber tenido algunos gestos de condescendencia para con determinados movimientos fascistas o con alguno de sus líderes. Sea como fuere, por esas razones o porque el comité no se pusiera de acuerdo a la hora de seleccionar a un candidato (también pugnaban Chesterton y Paul Valery), el premio de ese año quedó desierto. Bien le hubiera venido a nuestra universidad tener un Nobel en su palmarés, dada la relevancia que ese dato tiene en al cómputo de méritos de los rankings internacionales. Las discrepancias acerca de los resultados del Nobel no han faltado en todas y cada una de sus ediciones. Es algo esperable cuando lo que está en juego es también la reputación de los países ganadores encarnada en sus más destacados científicos, economistas o literatos. Sin olvidar el Nobel de la Paz, alguno de cuyos recipiendiarios no se ha distinguido precisamente por sus iniciativas en pos de la fraternidad en el planeta, sino más bien por todo lo contrario. Lo que sorprende de estos premios es la escandalosa desproporción entre galardonados varones y mujeres: casi 900 hombres frente a la exigua cifra de poco más de una cincuentena de mujeres. En el mundo hispano creo que solamente contamos con la chilena Gabriela Mistral. La balanza sigue, pues, muy desequilibrada. Otra cuestión que da que pensar es la distribución geográfica, o geopolítica, si se quiere, por no mencionar aspectos tales como supuestos prejuicios raciales y/o religiosos, rivalidades entre las naciones, bloques de poder antes y después de la llamada guerra fría, visiones paternalistas hacia determinadas colectividades antes marginadas,etc.

En fin, disquisiciones aparte, leamos la poesía de Louise Glück, que brota cual “fresco manantial de sombras azules y profundas en celeste aguamarina”.

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