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Las lecciones del “viejo profesor”

Miércoles, 15 de mayo 2019, 05:00

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Si la primera semana de la campaña anterior coincidió con la Semana Santa, la primera semana de esta otra coincide [en Salamanca] con la Feria Municipal del Libro, que vuelve a instalarse en la Plaza Mayor. La Semana Santa influyó en la campaña, eclipsándola durante los días que coincidieron, pero no creo que la Feria vaya a influir en la campaña ni la campaña en la Feria, porque el mundo de los libros marcha por un lado y el de la política por otro. Quienes los habitan van a su negocio y no se interfieren, andan por caminos distintos.

Escapar de la matraca con todas sus retahílas de lo mismo, tantas que nos las sabemos de oírlas repetir mil veces, nutridas de simplezas, sandeces, perogrulladas, promesas que se olvidan nada más pronunciarlas y que se hacen porque hay que hacerlas, charlatanería huera, verborrea pedestre y demás aditamentos que sin consideraciones nos meten por los sentidos en las campañas electorales, es una reacción instintiva para poner a salvo la autoestima de todos aquellos que se niegan a que les tomen por tontos, por eso echan mano sobre la marcha de cualquier excusa u ocasión que encuentran a su paso para quitarse del medio, y así, camino iba de ninguna parte cuando oí una melodía sospechosa y ante la posibilidad de que fuese lo que temía [y era] me dí la vuelta, y mientras desandaba lo andado vi el cielo abierto, no lo pensé dos veces y me metí dentro. Lo que en realidad ví abierto fue el Museo Provincial de Bellas Artes. Picado por la curiosidad, aproveché que pasaba por allí para entrar a ver las “piezas del mes”, los tres cuadros de los siglos XV y XVI robados hace años no se sabe cuándo, ni dónde ni a quién, porque no hubo denuncias, ahora recuperados por la Guardia Civil y expuestos para ver si de esta manera alguien da una pista que la lleve a sus dueños. Una vez dentro, decidí visitar todo el Museo. Hacía años que no pisaba por allí y fue para mí un agradable redescubrimiento.

Aunque solo sea por la oportunidad que me proporcionó sobre la marcha, algo le debo a esta campaña, algo que no puedo decir de otras, a la que no pienso prestarle más atención que aquella que me impone la responsabilidad del hecho en sí de poder opinar de ella, tampoco está en mi ánimo perder el tiempo en escuchar más allá de lo que me obliga el guión, aunque esta disciplina me exija un sacrificio que por ser gaje del oficio acepto sin traumas. Ellos están en su papel, yo estoy en el mío y como los conozco de sobra por sus palabras y por sus obras me puedo permitir la libertad de no creerles.

Para justificarme me atengo a lo dicho un día por el “viejo profesor”, Enrique Tierno Galván, que lo fue de nuestra Universidad y de otras, que terminó metido en política y como alcalde de Madrid agotó su existencia sin que su gestión lograra superar lo pintoresco, pues solo dejó anécdotas que contar como herencia tras su paso por la Casa de la Villa. No obstante, el “viejo profesor” dio muchas lecciones, de no pocas lo mejor sería olvidarse, de otras por el contrario no tanto, entre estas últimas, de aquella en la que dijo prodigando en su momento mucha más sinceridad que grandeza: “Las promesas electorales se hacen para ser incumplidas”. Dicho esto, dicho todo, que chocaba estrepitosamente con aquella otra frase que hizo historia: “Puedo prometer y prometo”, que llevó en volandas a Adolfo Suárez a la Presidencia del primer Gobierno de la Democracia.

Esta lección del “viejo profesor” tiene bastante de verdad, tan vigente entonces como ahora, por eso conviene no olvidar para recordarla cuando las circunstancias lo aconsejan, porque aun cuando encallecidos estemos por causas de promesas incumplidas, recomendable es tenerlas presentes. El incumplimiento no es una argucia exclusiva de ningún partido porque todos, unos más, otros menos, pecan de lo mismo, convirtiendo las campañas en un desafío abierto entre candidatos por ver quién supera a quién en su lucha por llevarse el gato al agua. El cómo es lo de menos con tal de conseguirlo, siendo esto lo único que les importa. Aun así no son del todo inútiles y si para algo sirve esta campaña es para dejar claro que quienes se tienen que aclarar son los protagonistas de la farsa, o sea, ellos.

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