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Un poco después de intentar averiguar si es verdad que el Gobierno se ha equivocado mil veces en la gestión de esta crisis, si el confinamiento ha servido para evitar muertes o simplemente era una excusa caprichosa para paralizar nuestra economía como algunos de estos descerebrados aseguran, o si las recomendaciones por impedir todo tipo de aglomeraciones de las que nos advierten los expertos y trabajadores sanitarios son tan absurdas como gritan en sus procesiones callejeras, tendríamos que ponernos a reflexionar sobre qué significa el hecho de salir a manifestarse con la bandera española como el mayor signo de distinción que se atribuyen frente a todos los demás compatriotas.

¿Es verdad que los que no llevamos la bandera española tuneada en nuestras mascarillas o en nuestra ropa interior somos tan malos españoles y tan nefastos patriotas? ¿Qué mensaje nos quieren lanzar con el hecho de envolverse de pies a cabeza con la bandera como si sin ella se sintieran completamente desnudos o les faltaran argumentos? ¿Cuál es el extraño razonamiento que une al hecho de pedir a gritos la dimisión inmediata de este Gobierno que llaman “asesino” con ese ondear de banderas en algún descapotable?

En su afán de creerse los únicos dueños de un país al que un gobierno que llaman ilegítimo les ha birlado las más ansiadas instancias del poder, hace tiempo que se adueñaron de nuestros símbolos, especialmente de la bandera que los acompaña a todas partes para dejarnos bien claro que más que representar a todos los españoles, en realidad es su fetiche particular y lo que realmente les otorga su cualidad de seres privilegiados y superiores.

Y efectivamente, no sólo la posesión de esa bandera que llevan tatuada en el corazón les diferencia de nosotros. También convierte en seres inferiores a todo el resto de la humanidad, primero a nosotros, el resto de los españoles que no opinamos como ellos, pero también a todos esos que no han tenido la inmensísima suerte de nacer en el mismo territorio que ellos pisan, incluidos esos servidores y criados que quedaron en casa cuidando su hacienda, limpiando sus polvos, haciendo sus camas, fregando sus suelos, mientras ellos los auténticos salvadores de la patria salían de nuevo a la calle para limpiarla de tanto indeseable.

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