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Me pregunto qué sería de una buena parte de nosotros, agobiados entre tantos problemas personales o colectivos, si no tuviéramos esta maravillosa válvula de escape, intranscendente, infantil, instantánea y fugaz. Esa tijera de Aduriz, por ejemplo, en el minuto 89 que condenaba al Barcelona a los puestos de descenso en la tabla clasificatoria provisional, yo la he visto con todo detalle mucho antes de que entrase por la portería. Obviamente no en la estricta realidad, pero si en mis más fervientes fantasías y no ejecutada exactamente por Aduriz sino por un servidor con la camiseta del Real Madrid.

El gol de tijera de Aduriz es el gol que todos los que alguna vez hemos jugado al fútbol, de pequeños o un poco más mayores, hemos soñado un millón de veces. Alguien centra desde la banda derecha, nosotros entramos como una exhalación al área, buscamos el espacio, nos desmarcamos, nos preparamos, volteamos el cuerpo, saltamos y justo cuando el caramelo llega a nuestra altura, le aplicamos el empeine y la picamos hacía abajo para que los defensas contrarios observen la fascinante plasticidad del remate convertidos en inútiles y torpes estatuas. Y de pronto, las gradas estallan en la más colosal celebración colectiva y nosotros corremos a celebrarlo al banderín de corner.

Dicen que Aduriz, aunque no lo parezca, tiene 37 años y que él mismo confesó que se retirará al final de esta temporada después de tantos años y tantos goles sin el brillo mediático de otros. Sospecho que por mucho que lo quiera la afición del Athletic, el fútbol no ha sido todo lo justo que debería con este jugador noble, honesto y leal, representante de una estirpe de delanteros centro en extinción, esos que sólo aparecían en el área para rematar el balón imposible que llegaba dando vueltas por el aire en el momento de la verdad. Aduriz debería haber sido el delantero centro titular de nuestra selección durante los últimos quince años, ése que tanto buscaban sin encontrarlo los distintos seleccionadores que han ido alternándose en nuestra selección, completamente ciegos al brillo del mejor.

Este gol de Aduriz en el minuto 89 y que el viernes noqueaba al Barcelona en el último suspiro, no es más que la venganza que tenía preparada este extraordinario futbolista para recordárselo.

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