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La rutina

Miércoles, 11 de septiembre 2019, 05:00

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Salió de casa contento, con la foto en el móvil de la lista de la compra. La tecnología le ayudaba una vez más a mantener el orden. Nada de papelillos perdidos en el mapa fluctuante de sus bolsillos. Cogió el coche silbando, sumergido satisfecho en su rutina. Aparcó en el hipermercado, cogió sus bolsas ecológicas del maletero y estrelló su espinilla contra el carro metálico en un dolor familiar. Las vacaciones no curan la torpeza, pero tampoco le importaba. Era él en esa vuelta añorada.

Ambientador, decía la lista; brisa, insistía. Miró de arriba abajo la estantería, le parecía imposible que hubiera más de cien opciones disponibles. ¿ Sería brisa marina, del campo, alpina...? No querida meter la pata. No habían ido mal las vacaciones con su pareja. Tomó dos fotos y puso un WhatsApp con los productos. Al segundo sonó un silbidito en el salón luminoso de la casa, con la serie de fondo y una frase. ¿Este o este?, decía la pantalla. ¡Me gusta el de lavanda!

Ese no, el otro!!!!, responde la pantalla desde el salón. Cogió el ambientador brisa alpina y volvió al itinerario que marcaba la lista.

Cuando había que comprar productos de limpieza se ponía muy nervioso. Los olores no eran la especialidad de su registro olfativo, acostumbrado a la misma colonia desde sus tiempos de estudiante. Sabía que esta cualidad olorosa del refinado mundo moderno podía ser el origen de una agarrada doméstica. Así que se alegró al superar la prueba de la primera elección. Echó un último vistazo al desfile de productos que dejaba detrás y a su regusto exótico: jabón de Marsella, de Alepho, aceites de argan y monocai, preciosos nombres para su gusto de filólogo y viajero. ¿ Detergente de Marsella, envió en la foto? Ninguno de esos, vaya horterada!. Coge el de siempre, vomitó el móvil de nuevo.

Suavizante, continuaba la lista. Sin indicación de olor. Agradeció este ejercicio inesperado de libertad de elección y cogió el gran frasco con aroma a colonia de bebé. Le recordó cuando sus hijos eran pequeños y los empapaba en colonia cada mañana. No sabía de ellos desde hacía tres días. Las vacaciones no son lo mismo ahora que sus vidas alimentan otra lista de la compra, pensó. Fue de sus pensamientos al móvil de nuevo.

Galletas. Aborda esta compra como un misión de alto riesgo contra el aceite de palma. Demasiada oferta piensa, y recuerda su pan con chocolate a la salida del colegio. Todo está en la cesta. No ha tardado mucho: el podómetro del móvil dice mil pasos y setenta minutos. Mejor cada vez. Sonríe satisfecho porque le gusta volver a su vida de siempre, más bronceado, más liviano, más seguro de sí mismo, el dueño de sus deseos y elecciones.

Al sacar la compra en casa, un reproche desde el salón. ¿No habrás comprado el suavizante con olor a colonia de niño? Noooo, contesta. Mira el frasco, que concentra la nostalgia del verano, no de este, de otros, en el que los cuatro compartían los nervios de la vuelta a casa, el carro a toda pastilla como un ariete medieval que todo podía. Esa noche durmió solo, empapado en suavizante, con su jabón de lavanda debajo de la almohada y una frase insistente en su mente: soy yo y estoy de vuelta.

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