Borrar

La probabilidad

Miércoles, 23 de septiembre 2020, 05:00

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Es posible que ahora sea el momento. Quizá se pueda. Mejor a partir de las tres. Adopta su posición de concentración. Oído aguzado, dedo rápido, memoria alerta. Un escalofrío nervioso le distrae un momento, y vuelve a la realidad de sus pensamientos de recetas electrónicas caducadas desde hace meses, revisiones importantes sin pasar, consultas anuladas y ausencia casi histórica de los sanitarios de atención primaria.

Y marca el teléfono del consultorio. La operadora automática salta y redirige las opciones disponibles que, intuye, terminarán al final de ningún lado. Pide cita y obtiene día y hora diligentemente. Le dicen que justo en el instante en que se cumplan esas coordenadas de espacio, tiempo y suerte le efectuará una llamada su médico de familia.

Buen tanto. No lo esperaba. Una buenísima solución inesperada. Le gustaría contestar que gracias, pero el sistema no le da opción. Y cuelga. Con una sonrisa satisfecha, se toma su café de sobremesa en compañía de la tele y el periódico: 193 personas llegan a Mallorca en trece cayucos, una foto del Hospital Gómez Ulla de Madrid muestra en su jardín una galería gigante, serpenteante, de tiendas de campaña militares, una voz con autoridad dice que es mejor que los madrileños empiecen a quedarse en casa, los casos de enfermos en Salamanca bajan desde ayer... y todo el mundo pequeño sobre el que sostiene su andamio de intento de normalidad diaria, de miedos contenidos, de esperanza maltrecha, se le viene abajo. Pesa mucho la gran realidad, omnímoda, absoluta, en las articulaciones doloridas de una sociedad que aspira a rehacer con gestos pequeños su nueva imagen ante el espejo.

Sale a la calle, deseando que nunca cierren el bar de la esquina. Pide otro café. La camarera, sentada en un taburete muy elevado, le parece Siduri, la tabernera que vivía en el mar sobre un trono, a quien llegó un rey de la antigüedad maltrecho por la vida y la estepa en busca de la inmortalidad. Derrotada y sin corona, recordó, ante aquella joven de pelo negro y orejas cuajadas de pequeños pendientes, las palabras de esta sabia que separaba el mundo conocido del mundo de los dioses: Gilgamesh, llena tu vientre, vive alegre día y noche, haz fiesta cada día, danza y canta, que tus vestidos sean inmaculados, lávate la cabeza, báñate, atiende al niño que te tome de la mano, deleita a tu mujer abrazada contra ti. Esa es la única perspectiva de la humanidad...

Son los finos hilos de cada día los que sostienen las grandes esperanzas de este tiempo: pan, trabajo, cuidados, educación, vacunas. Ella lo sabe. Es importante que precisamente ahora haya alguien al otro lado del teléfono, detrás de un mostrador... Y sin quererlo, recuerda que la probabilidad de que su consultorio tenga su teléfono móvil tiende, de manera inevitable, al cero total.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios