Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La poesía es un arma cargada de futuro, decía Gabriel Celaya. Al poeta republicano le faltó añadir que la política también. Sería que no encontró la rima. Nuestros políticos vienen cargados de armas, no sabemos si de futuro o de presente. Abascal quiere ponernos a todos una pistola en la mano, por si nos atracan. En España, dice Vox, nuestra justicia castiga más a la víctima que se defiende que al delincuente que ataca. Y es verdad que eso ocurre a veces. Pero tampoco es cuestión de comprarnos cada uno una Smith & Wesson (la pistola de Harry el Sucio de la que no se separa el líder voxero) y liarnos a tiros por un quítame allá esas pajas, como hacen en los USA con el fabuloso resultado de cuarenta mil muertos por armas de fuego cada año.

Mientras a los súbditos de Donald Trump les pone intercambiar disparos, aquí hemos sido siempre más de cheira, de navaja trapera. En política los navajazos están a la orden del día, y más en esta época de elaboración de listas electorales. Durante la temporada se lleva la zancadilla al correligionario, pero en llegando la época preelectoral, sale a pasear la filosa en las sedes y quien no ponga espalda contra pared se arriesga a recibir tres puñaladas en medio segundo.

Antaño había elegancia, había gratitud, incluso había compromiso con quienes habían servido durante años en los grandes partidos. Recuerdo a Juan José Lucas en un congreso regional del PP aquí en Salamanca, prometiendo que el partido y la Junta no dejarían tirado a nadie. Lo del ‘colócanos a todos’, pero al revés. En aquellos tiempos de la democracia recién salida de la Transición las viejas glorias merecerían respeto. Ahora no. En estos días convulsos los jóvenes de la generación de las consolas y los videojuegos han tomado las sedes al asalto y han instaurado la ley del paredón, el imperio de la gerontofobia y la purga implacable de los disidentes.

Pedro Sánchez, por ejemplo, ha pasado por las armas a la vieja guardia y después ha disparado a quemarropa sobre el susanismo. Toda disidencia ha sido borrada de las listas. No hay piedad para el viejo sabio y menos aún para el discrepante. Apostado en Ferraz, Sánchez está esperando a que alguien se mueva, apuntándole y diciendo aquello de “Anda, alégrame el día”, para descargarle el tambor entero.

Pablo Casado ha aplicado en el PP la misma medicina, aunque ayer dijera con total descaro que nadie ha integrado más que él en la formación popular y que los sorayistas huidos entre la balacera no están porque no quieren. Por eso el sucesor de Rajoy tendrá un grupo parlamentario en el Congreso exclusivo de fieles y amigos. Y está en su derecho, pero negarlo no es elegante. Que aprenda de Ábalos, que el día anterior defendía, sin ponerse colorado, la legitimidad de la dirección del PSOE para formar grupos parlamentarios a su medida en el Congreso y el Senado. “A su medida” quiere decir: ni los mejores, ni los más preparados, sino los más devotos del dios Sánchez.

Albert Rivera se ha apuntado a las ejecuciones en masa, disfrazadas de primarias con pucherazo, y siempre dirigidas por el cañón humeante de su dedo poderoso. El catalán engañaba con el olor a Nenuco cuando llegó a Madrid procedente de las mazmorras catalanas, pero ahora que huele poder, no quiere herejes en Cs.

Igual le ocurre a Pablo Iglesias, solo que en Podemos la depuración de la disidencia le viene de marca por la tradición comunista. De hecho, el líder supremo ha fumigado a sus compañeros fundadores al más puro estilo Stalin. El Coletas ha defendido en público el derecho a portar armas como una de las bases de la democracia, aunque quizás con esto de la paternidad se le haya ablandado el corazón.

Abascal, en cambio, es auténtico. No puede depurar a nadie, porque no tiene ni viejas glorias ni disidentes, entre otros motivos porque tampoco se le conoce ideología ni programa. Tiene a mano la Smith & Wesson y cuatro generales en las listas, por si la cosa se pone caliente. Y punto.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios