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Anda revuelta la política con la gresca producida por las elecciones en la Comunidad de Madrid. Por momentos, parece que no existiera la pandemia, ni el paro galopante, ni una brutal crisis económica que amenaza con llevarse por delante a una parte importante de las empresas y los autónomos. Diríase que en la villa y corte se juega el futuro de España, y ciertamente no es así. En los comicios autonómicos está en juego el futuro de los madrileños, y todo lo demás son especulaciones.

Hay una cierta tendencia a la euforia en una parte del centro derecha, que está dando por vendida la piel del oso cuando ni siquiera le han apuntado con la escopeta. El hecho de que el presidente del Gobierno se haya involucrado directamente en la campaña para evitar el eclipse del profesor pánfilo que el PSOE ha colocado como cabeza de cartel puede llevar a confusión. En el PP de Pablo Casado están convencidos de que una derrota humillante de Pedro Sánchez el próximo día 4 de mayo marcará el camino de la victoria en las elecciones generales, pero ese análisis obvia la liquidez y el estado de efervescencia de la política nacional, donde el panorama da más vueltas que un tiovivo y lo único seguro es que no se puede asegurar nada.

El propio PP constituye un ejemplo paradigmático de esos vientos cambiantes en la carrera por el poder. ¿Quién nos hubiera dicho hace solo medio año que la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, iba a ser hoy el referente del centro derecha, el estandarte en la lucha por derrocar al socialcomunismo y la ideóloga de un nuevo concepto del liberalismo conservador? A Ayuso la han encumbrado sus enemigos acérrimos, empezando por el marqués de Galapagar y siguiendo por el inquilino de La Moncloa. Iglesias y Sánchez vieron en ella una presa fácil y en su cacería han puesto tal empeño que puede salir desorejados de la contienda.

Nada está escrito sobre lo que ocurrirá en la noche del martes 4 de mayo. Todos los sondeos fiables, entre los que no cuenta el hipercocinado de Tezanos, apuntan a una mayoría del centro derecha en votos, pero esa ventaja puede no ser suficiente en escaños, sobre todo si Cs se queda al borde del 5% y sus parlamentarios se reparten entre el resto de formaciones. Para el PP conseguir más de 69 escaños sumando a los parlamentarios de Vox sería una hazaña, pero también un baldón, porque podría significar el tener que incluir a los de Santiago Abascal en el Gobierno, con el estigma que eso supone.

Rocío Monasterio había iniciado la campaña con el freno puesto, pero a la vista de sus expectativas decrecientes decidió pisar el acelerador con el cartelito contra los menas, asomando la patita de lobo xenófobo que lleva dentro Vox desde su fundación. Esa estrategia le reportará votos, porque muchos de sus simpatizantes no dejan de mostrarse comprensivos con cualquier ataque a los inmigrantes con o sin papales, pero también complica sobremanera ese proyecto de unidad o de frente común del centro derecha, sin el cual será imposible descabalgar al sanchismo del poder.

Porque Sánchez puede perder las elecciones madrileñas, pero eso no garantiza que los españoles puedan librarse a medio plazo de su maléfica presencia en La Moncloa. Las generales las convocará Su Sanchidad cuando le convenga, que no será precisamente muy cerca de una victoria aplastante del PP en Madrid.

Casado debería dedicarse a tomar nota de la solidez ideológica y la valentía para enfrentarse al socialcomunismo de Ayuso, en lugar de dar atacar a quienes con toda seguridad necesitará como aliados para llegar a La Moncloa. Es decir, en lugar de pedir a Alfonso Fernández Mañueco y al resto de dirigentes autonómicos del PP que imiten a la presidenta madrileña, debería ser el propio Casado el que tomara nota de cómo atraer a los votantes de los otros dos partidos del centro derecha sin necesidad de insultar a sus dirigentes. Pero eso sería pedirle visión estratégica y parece que el líder de los populares vive al día, como el resto.

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